Ante la evidencia, cada vez mayor, de que
nada es como nos dicen o nos han dicho que es, la gente se pregunta: Vale, bien, estoy de acuerdo con que todo
está podrido, pero ¿Y ahora qué hacemos?
Esta pregunta ya me la han hecho en varias
ocasiones y la respuesta creo que está aglutinada en el contenido de cada uno
de los artículos que he difundido en mi blog. http://pepeluengo.blogspot.com.es/
El público, en general (aunque todavía no
es una mayoría) ya no se traga los viejos paradigmas (religiosos, políticos,
económicos, sociales…) del siglo XX y está dispuesto a cambiarlos. ¿Y por qué?
Pues porque hoy en día la información fluye hasta debajo de las piedras y
circula a tal velocidad que ahora es muy fácil desenmascarar a la oligarquía
que siempre nos ha tenido subyugados.
Se está demandando un cambio sustancial en
la sociedad –creo que de hecho ya estamos inmersos en él- pero este no se
producirá de la noche a la mañana y probablemente necesite de varias fases o
etapas para poder ser llevado a cabo. En este sentido hoy en día hay un montón
de movimientos, repartidos por todo el mundo, que promulgan el cambio
proponiendo diferentes vías para realizarlo. Pero en lo que coinciden todos es
en que lo primero que se tiene que provocar es un cambio radical en nuestra
manera de pensar y aceptar que queremos vivir de otra manera, es decir, debemos
generar una masa crítica de personas, lo suficientemente grande, que tomen
conciencia de la necesidad del cambio.
Una vez conseguido esto podremos
plantearnos otro tipo de sociedad o de paradigma en el que queramos vivir pero,
ojo…, hay una cosa que debemos tener en cuenta y que es de vital importancia
para que realmente se produzca un cambio sustancial. Si no acabamos con el
sistema monetario, tal y como funciona actualmente, jamás, repito, jamás
conseguiremos cambiar nada, a lo sumo conseguiremos maquillarlo, y ese si es un
reto para el siglo XXI.