miércoles, 22 de julio de 2015

MENTIRAS Y MÁS MENTIRAS

La mentira se ha institucionalizado en nuestra sociedad moderna a nivel mundial y, como consecuencia, existe un gran desconocimiento de la vida interna de los seres humanos -de sí mismos y de los demás- con la confusión, la incomprensión y la distorsión de la realidad que esto supone.
Conocerse a uno mismo implica entender a los demás y eso cada vez es más difícil
La distorsión de la realidad, que puede ser más o menos perjudicial para el individuo, tienen su origen en ideas, creencias y conclusiones, que se basan normalmente en suposiciones e interpretaciones erróneas de experiencias mal comprendidas y, lo más importante: el asumir las ideas e imitar los comportamientos de otros.
Lo que está ocurriendo es que hay innumerables cuestiones en el día a día que vamos afrontando y asumiendo sin analizar ni reflexionar. Simplemente las aceptamos porque sí, dado que, como ya he dicho antes, actuamos tratando de imitar a los demás, dejándonos arrastras por sus ideas, emociones y, lo que es peor, sus  temores.
La mentira está tan presente en nuestras vidas que nos es muy difícil discernir entre lo que es falso y lo que es real. Todo el mundo desconfía de todo el mundo. Tal es así, que cuando los políticos (que de 10 veces que hablan faltan a la verdad 12) nos mienten compulsivamente -y lo sabemos- llegamos a aceptarlo como una verdad.
Y qué decir de los medios de comunicación. Ellos mienten todos los días a sabiendas de hacerlo y, aunque luego alguien les desmienta, no pasa nada. Mañana seguirán haciendo lo mismo.
Pero hay ciertos aspectos de nuestra vida –“verdades falsas”- que hemos incorporado a nuestras creencias, simplemente porque son “políticamente correctas”. Se trata de ideas que nadie -o casi nadie- cuestiona y que, sin embargo, no resisten un análisis riguroso. Son, en otras palabras, ideas falsas que se apoyan en un sistema de creencias creado mediante métodos engañosos  por grupos de poder –bien sean políticos, económicos o religiosos- a nivel mundial.
Estas mentiras, disfrazadas de verdades, contaminan el debate en torno a infinidad de temas tales como: Estado, dinero, jerarquía, familia, naturaleza humana, vivienda, trabajo, educación, sanidad, derechos humanos y un largo etc.
Pongamos un ejemplo: La mayoría de la población asume y da por hecho que el mundo tiene que estar jerarquizado, organizado en estados y con una economía basada en un sistema monetario. ¿Y por qué? Pues sencillamente porque alguien lo ha querido así y, además, no se le ha ocurrido nada mejor (para él, claro)
Pues no es verdad. El mundo no tiene por qué estar jerarquizado ni organizado en estados y mucho menos abocado a una economía basada en un sistema monetario. Seguro que cada uno de nosotros podríamos organizar el mundo de muy diferente manera, si no fuera porque se nos ha enseñado que la primera opción, y única, es la políticamente correcta y la segunda –la que sea- una idea descabellada, y eso sin ni siquiera saber cuál es esa segunda opción.
En nuestra sociedad actual, a nivel global, nos encontramos con diferentes tipos de personas que, aunque tienen vidas y circunstancias muy dispares, tienen las mismas inquietudes y comportamientos.
Imaginemos la vida de un agricultor de un pequeño pueblo; un ama de casa de una gran ciudad; un empresario que da trabajo a más de 500 personas; un guerrillero de las FARC; un joven estudiante de ingeniería; un yihadista islámico; un músico de orquesta; un pastor masái y un ejecutivo de banca, entre otros.
Pues bien. Entre ellos, es casi seguro que un abismo de ideas les separa. Sin embargo, más allá de los conflictos sociales, económicos y psicológicos concretos de cada uno, todos tienen preocupaciones y comportamientos similares: el temor por la situación económica personal; el miedo al incierto futuro, a sentirse infravalorado o reprimido, a la soledad; indudablemente el miedo al fracaso o simplemente miedo en general y, por supuesto, el anhelo  y fuerte deseo por relacionarse mejor con los demás y por sentirse querido y valorado por otros miembros de su comunidad.
También, de la misma manera, todos reaccionamos prácticamente igual ante el menosprecio, somos críticos mentalmente con los demás y con nosotros mismos, no nos gusta reconocer que somos rencorosos y nos cuesta muchísimo mostrar nuestros defectos. Estos, entre otros, son algunos aspectos comunes que, generación tras generación, hemos ido aprendiendo unos de otros hasta llegar a la situación actual.
En fin. Una y otra vez, observamos que las similitudes entre los seres humanos son cada día infinitamente mayores que las diferencias. Nos estamos uniformando. Todos queremos ser únicos, ser especiales y destacar de entre nuestros congéneres.
Y en lo que se refiere a los países más desarrollados las diferencias ya son prácticamente nulas: casi todos estamos pillados con la TV, el móvil, la hipoteca, el coche, las vacaciones, la ropa, el futbol, etc., que hacen de nosotros verdaderas fotocopias unos de otros, dado que de lo que se trata es de imitar comportamientos.
Pero, en nuestras sociedades modernas, todas estas cosas que nos parecen tan importantes para nosotros, no son más que mentiras, o lo que es lo mismo “falsas verdades” que lo único que están haciendo es anular nuestro verdadero potencial creativo. Si seguimos por este camino llegaremos a un grado de estupidez tal, que probablemente una minoría dispondrá a su antojo de nuestras vidas. Y mi pregunta es: ¿esto no está ocurriendo ya?
Por eso, dejemos de escuchar a las élites por sus infinitos canales de persuasión (ya sabes: políticos, mediáticos, deportivos, culturales, institucionales…..) y empecemos a escucharnos a nosotros mismos: nos irá mejor.

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