jueves, 19 de enero de 2017

EVOLUCIÓN DEL SISTEMA ECONÓMICO-SOCIAL

Desde hace muchos años el comercio ha sido y es la clave del sistema económico-social en el que se sustenta la humanidad. Desde entonces hasta ahora ha ido cambiando hasta llegar a convertirse en lo que es hoy: una gran estafa.
Si el comercio no es otra cosa que el intercambio de bienes y servicios por parte de las personas: ¿cómo se puede explicar la diferencia abismal que existe entre los primeros comerciantes y los “lobbystas” de hoy, si ambos se dedican a lo mismo?
Los primeros comerciantes fueron los mercaderes, cuya única función era el mercantilismo; es decir, comprar y vender diferentes productos: todo estaba supeditado a eso.
Este modelo se mantuvo así prácticamente hasta el siglo XIX en que, con la llegada de la revolución industrial, se sustituyó el mercantilismo por el productivismo. Se pasó a producir más y a menor precio, con lo cual los beneficios se incrementaron de manera más que sustancial. La industria se convirtió entonces en el pilar fundamental de la sociedad, con la empresa como su mayor exponente, dejando al mercantilismo en un segundo plano.
Pero es a partir de finales del siglo XX y principios del XXI, con la llegada de la informática y toda la tecnología de comunicaciones, cuando el sistema sufre una mutación drástica convirtiéndose en pura y dura especulación.
Ahora la clave ya no está en el mercantilismo ni en el productivismo. Ahora son los movimientos de capital los que llevan a los mercados en la dirección deseada, para producir beneficios como jamás se ha dado a lo largo de la historia. La industria ha dejado de ser el sector clave de la sociedad tomando el protagonismo el sector financiero; es decir, la gran banca de inversión.
Esto explica casos paradójicos como el de Venezuela. El PIB de Venezuela se hunde, la inflación es del más del 100% anual y la tasa de paro se acerca a niveles no vistos desde hace años. Simplemente estos tres indicadores económicos ponen de manifiesto que la economía venezolana está por los suelos. Además, en el año 2016, la calificación de la deuda Venezolana fue de Caa3, CCC-, CCC, según las agencias de rating, Moody´s, S&P y Fitch, respectivamte; es decir, el país está considerado de “riesgo sustancial” para la inversión. Pero, paradojas de la vida, sin embargo, se da el hecho incongruente de que la Bolsa del país ha acumulado un rebote de más del 300% en el último año: lo que no ha conseguido ninguna de las bolsas en el resto del mundo.
¿Cómo se puede invertir en la Bolsa de un país con esa calificación y obtener pingües beneficios? ¿Cómo es posible esto?
Pues esto es posible debido a la implementación de la nueva tecnología de derivados financieros, permitida tras la desregularización de los mercados. Ahora son las computadoras las que toman las decisiones en cuestión de milisegundos. Entre otras cosas, crean noticias falsas para mover capitales en la dirección deseada, especulan y recogen beneficios al instante.
La actual economía especulativa necesita de la tecnología para expandirse y conseguir su objetivo de maximizar beneficios. Sin embargo, los avances tecnológicos no están al servicio de toda la humanidad, sino al servicio de unos pocos. Son puestos a disposición de la gente en función de las expectativas del beneficio, no para ser útiles a la gente. Probablemente dispongamos ya de tecnología suficientemente avanzada para curar el cáncer o proporcionar una energía limpia e ilimitada, pero estos proyectos no salen a la luz simplemente por intereses económicos.
En cuanto a la manera de organizar la sociedad, hemos pasado de instituciones “pre-democráticas” -basadas en monarquías absolutas-, pasando por las primeras “democracias” -con sus partidos políticos, parlamentos, constituciones, etc.-, hasta llegar en nuestros días a una era “pos-democrática”. Y digo esto, porque las actuales democracias son “democracias de paja” manejadas por instituciones supranacionales, como el FMI, BM, G20, Club Bildelberg, Trilateral, Council on Foreign Relations, etc. Estas instituciones –amén de formar parte de los gobiernos- son quienes verdaderamente toman las decisiones que los ejecutivos no tienen más remedio que acatar (véase recientemente el caso de Grecia o con anterioridad los casos de América Latina)
Lo lógico es preguntarse: ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha producido este cambio? Pues muy sencillo: porque ha tomado prioridad el Valor de Cambio, frente al Valor de Uso.
Lo explicaré:
En economía cualquier bien o cualquier servicio tienen un Valor de Uso y un Valor de Cambio.
¿Pero qué es el Valor de Uso y Valor de Cambio?
El Valor de Uso es la utilidad que tiene, para las personas, ese bien o servicio; o lo que es lo mismo, la utilidad que tienen los bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades. Y el Valor de Cambio es el precio monetario que tiene cualquier bien o servicio en el mercado; es decir, el valor de compra-venta que adquiere ese producto.
Pongamos un ejemplo para entenderlo mejor.
El aire que respiramos tiene un Valor de Uso primordial para nosotros ya que sin él no viviríamos, sin embargo, su Valor de Cambio es cero, dado que no tiene un precio monetario (de momento) debido fundamentalmente a su abundancia y que no hay que manufacturarlo ni transportarlo. Por otro lado un cuadro o una joya tienen un Valor de Uso relativo para nosotros (simplemente decorativo u ornamental) pero su Valor de Cambio puede llegar a ser elevadísimo y desproporcionado.
Lógicamente en una economía de mercado justa y equilibrada el Valor de Uso y el Valor de Cambio deberían coincidir, sin embargo, en el actual sistema económico no es así: no coinciden en absoluto.
Como consecuencia de este desequilibrio se ha producido lo que no se tenía que haber consentido jamás: la acumulación de la riqueza colectiva -que debería ser de todos los seres que habitamos el planeta- en poder de unos pocos.
Hoy en día la riqueza mundial está en manos de no más de un 10% de la población; o lo que es lo mismo, solamente 750 millones de personas disfrutan de los recursos de la tierra. Esto ha dado pie a que, por ejemplo, 278 corporaciones posean  más del 60% de la riqueza mundial. La escasez y el trabajo, al que nos vemos obligados a sometemos, son consecuencias de que una minoría se ha apropiado de la riqueza del planeta.
La mayoría de las personas intentamos entender qué pasa y si es que verdaderamente no podemos hacerlo mejor, pero nos resulta prácticamente imposible entenderlo, desde el sentido común, y hay que hacer un esfuerzo, e ir hacia un razonamiento “conspiranoico”, para poderlo comprender.
Estamos ante una nueva mutación del sistema y el factor clave ha sido un hecho relevante sin precedentes: el desvío de dinero público, de manera masiva, hacia el sector privado. Este hecho está constatado dado que en el año 2009, el entonces presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, informó de que la banca de los países del G20 había sido rescatada con 9 billones de euros de las arcas públicas. Como es lógico esta cifra ha seguido creciendo y actualmente ronda los 14 billones de euros. Para que nos hagamos una idea de la magnitud de la que estamos hablando, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) esa cifra daría para alimentar, dar educación, cobijo y asistencia sanitaria a toda la población mundial durante 250 años.
En definitiva, gracias al desvío del dinero público hacia el sector privado, y la deuda que esto ha generado, nuestra esclavitud está más que garantizada.
Evidentemente detrás de todo este proceso está una élite perfectamente organizada, estructurada y jerarquizada que mediante la creación de crisis artificiales, que engloban crisis económico-financieras, humanitarias, alimentarias, medioambientales y sociales, tiene el control de todos nosotros.
Pero si lo piensas bien, somos nosotros quienes realmente mantenemos este sistema con nuestra ignorancia, pasividad y voto, colaborando a que toda esta transformación se lleve a cabo.
Y ahora viene la “pregunta del millón”: ¿qué podemos hacer? o dicho de otra manera: ¿cómo podemos desconectar del sistema?
Hacer, lo que se dice hacer, llevamos muchos años haciendo y no parece que haya servido de nada. Así que todo indica que no se trata de hacer, sino más bien de dejar de hacer.
Nosotros con nuestros hábitos individuales podemos revertir la situación. La clave está fundamentalmente en dejar de comportarnos como ellos quieren; o lo que es lo mismo: no hacer nada que ellos quieren que hagamos.
Para empezar deberíamos dejar de contaminarnos con la basura de la televisión, prensa, teléfono móvil, redes sociales y todo tipo de medios propagandísticos del sistema. No compitamos entre nosotros: gastaremos menos energías y seremos más eficientes si colaboramos los unos con los otros en vez de competir. Dejemos de fomentar la mediocridad. Deberíamos  pasar olímpicamente de sus fabulosos eventos creados para adormecernos, aborregarnos, adoctrinarnos y distraernos (deportes de masas como el futbol; películas repletas de mensajes subliminales; modas de todo tipo; conmemoraciones y onomásticas de la sociedad de consumo,….). Tampoco deberíamos formar parte de sus fuerzas armadas (sin ejércitos no sé cómo podrían llevar a cabo sus guerras). Y lo más importante: no volver a contraer deudas, ya que la deuda es su arma más poderosa. Ah! y, por supuesto, dejar de votar de una vez por todas, ya que, como la historia ha demostrado, los políticos son un caterva de estúpidos, ególatras e ignorantes que nunca han sabido solucionar nada.
En definitiva, no se trata de cambiar el mundo, se trata de cambiar los hábitos de vida de cada uno de nosotros. Porque, al final, en este sistema lo que tú crees que posees te posee a ti.
Votar cada cuatro años; trabajar por cuenta ajena 8 horas diarias durante 40 años; establecer por ley un salario mínimo; recibir una educación obligatoria;….., y un sinfín de cosas más que nos venden como logros: ¿verdaderamente son conquistas sociales o esclavitudes sociales?
Convendría tener muy presente que no hemos nacido para malgastar nuestra vida trabajando como esclavos en ocupaciones que, en el 90% de los casos, no aportan nada ni a nosotros mismos ni a la sociedad. No deberíamos olvidar que cada uno de nosotros tenemos unos dones y talentos innatos  que fomentar y que son sistemáticamente aniquilados por el sistema para convertirnos en máquinas de producir y consumir.

La única manera de cambiar esto es que algún día consigamos una mayoría suficiente de personas capaces de desconectar del sistema, y el día que esto ocurra –si es que ocurre-, indudablemente, el sistema caerá.

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