Desde hace muchos años el comercio ha sido y
es la clave del sistema económico-social en el que se sustenta la humanidad.
Desde entonces hasta ahora ha ido cambiando hasta llegar a convertirse en lo
que es hoy: una gran estafa.
Si el comercio no es otra cosa que el
intercambio de bienes y servicios por parte de las personas: ¿cómo se puede
explicar la diferencia abismal que existe entre los primeros comerciantes y los
“lobbystas” de hoy, si ambos se dedican a lo mismo?
Los primeros comerciantes fueron los
mercaderes, cuya única función era el mercantilismo; es decir, comprar y vender
diferentes productos: todo estaba supeditado a eso.
Este modelo se mantuvo así prácticamente hasta
el siglo XIX en que, con la llegada de la revolución industrial, se sustituyó
el mercantilismo por el productivismo. Se pasó a producir más y a menor precio,
con lo cual los beneficios se incrementaron de manera más que sustancial. La
industria se convirtió entonces en el pilar fundamental de la sociedad, con la
empresa como su mayor exponente, dejando al mercantilismo en un segundo plano.
Pero es a partir de finales del siglo XX y
principios del XXI, con la llegada de la informática y toda la tecnología de
comunicaciones, cuando el sistema sufre una mutación drástica convirtiéndose en
pura y dura especulación.
Ahora la clave ya no está en el mercantilismo
ni en el productivismo. Ahora son los movimientos de capital los que llevan a
los mercados en la dirección deseada, para producir beneficios como jamás se ha
dado a lo largo de la historia. La industria ha dejado de ser el sector clave
de la sociedad tomando el protagonismo el sector financiero; es decir, la gran
banca de inversión.
Esto explica casos paradójicos como el de Venezuela.
El PIB de Venezuela se hunde, la inflación es del más del 100% anual y la tasa
de paro se acerca a niveles no vistos desde hace años. Simplemente estos tres
indicadores económicos ponen de manifiesto que la economía venezolana está por
los suelos. Además, en el año 2016, la calificación de la deuda Venezolana fue de
Caa3, CCC-, CCC, según las agencias de rating, Moody´s, S&P y Fitch, respectivamte;
es decir, el país está considerado de “riesgo sustancial” para la
inversión. Pero, paradojas de la vida, sin embargo, se da el hecho incongruente
de que la Bolsa del país ha acumulado un rebote de más del 300% en el último
año: lo que no ha conseguido ninguna de las bolsas en el resto del mundo.
¿Cómo se puede invertir en la Bolsa de un país
con esa calificación y obtener pingües beneficios? ¿Cómo es posible esto?
Pues esto es posible debido a la implementación
de la nueva tecnología de derivados financieros, permitida tras la
desregularización de los mercados. Ahora son las computadoras las que toman las
decisiones en cuestión de milisegundos. Entre otras cosas, crean noticias
falsas para mover capitales en la dirección deseada, especulan y recogen
beneficios al instante.
La actual economía especulativa necesita de la
tecnología para expandirse y conseguir su objetivo de maximizar beneficios. Sin
embargo, los avances tecnológicos no están al servicio de toda la humanidad,
sino al servicio de unos pocos. Son puestos a disposición de la gente en
función de las expectativas del beneficio, no para ser útiles a la gente.
Probablemente dispongamos ya de tecnología suficientemente avanzada para curar el
cáncer o proporcionar una energía limpia e ilimitada, pero estos proyectos no
salen a la luz simplemente por intereses económicos.
En cuanto a la manera de organizar la
sociedad, hemos pasado de instituciones “pre-democráticas” -basadas en
monarquías absolutas-, pasando por las primeras “democracias” -con sus partidos
políticos, parlamentos, constituciones, etc.-, hasta llegar en nuestros días a una
era “pos-democrática”. Y digo esto, porque las actuales democracias son
“democracias de paja” manejadas por instituciones supranacionales, como el FMI,
BM, G20, Club Bildelberg, Trilateral, Council on Foreign Relations, etc. Estas
instituciones –amén de formar parte de los gobiernos- son quienes
verdaderamente toman las decisiones que los ejecutivos no tienen más remedio
que acatar (véase recientemente el caso de Grecia o con anterioridad los casos
de América Latina)
Lo lógico es preguntarse: ¿Qué ha pasado? ¿Por
qué se ha producido este cambio? Pues muy sencillo: porque ha tomado prioridad
el Valor de Cambio, frente al Valor de Uso.
Lo explicaré:
En economía cualquier bien o cualquier
servicio tienen un Valor de Uso y un Valor de Cambio.
¿Pero qué es el Valor de Uso y Valor de Cambio?
El Valor de Uso es la utilidad que tiene, para
las personas, ese bien o servicio; o lo que es lo mismo, la utilidad que tienen
los bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades. Y el Valor de
Cambio es el precio monetario que tiene cualquier bien o servicio en el
mercado; es decir, el valor de compra-venta que adquiere ese producto.
Pongamos un ejemplo para entenderlo mejor.
El aire que respiramos tiene un Valor de Uso
primordial para nosotros ya que sin él no viviríamos, sin embargo, su Valor de
Cambio es cero, dado que no tiene un precio monetario (de momento) debido
fundamentalmente a su abundancia y que no hay que manufacturarlo ni
transportarlo. Por otro lado un cuadro o una joya tienen un Valor de Uso
relativo para nosotros (simplemente decorativo u ornamental) pero su Valor de
Cambio puede llegar a ser elevadísimo y desproporcionado.
Lógicamente en una economía de mercado justa y
equilibrada el Valor de Uso y el Valor de Cambio deberían coincidir, sin
embargo, en el actual sistema económico no es así: no coinciden en absoluto.
Como consecuencia de este desequilibrio se ha
producido lo que no se tenía que haber consentido jamás: la acumulación de la
riqueza colectiva -que debería ser de todos los seres que habitamos el planeta-
en poder de unos pocos.
Hoy en día la riqueza mundial está en manos de
no más de un 10% de la población; o lo que es lo mismo, solamente 750 millones
de personas disfrutan de los recursos de la tierra. Esto ha dado pie a que, por
ejemplo, 278 corporaciones posean más
del 60% de la riqueza mundial. La escasez y el trabajo, al que nos vemos
obligados a sometemos, son consecuencias de que una minoría se ha apropiado de
la riqueza del planeta.
La mayoría de las personas intentamos entender
qué pasa y si es que verdaderamente no podemos hacerlo mejor, pero nos resulta
prácticamente imposible entenderlo, desde el sentido común, y hay que hacer un
esfuerzo, e ir hacia un razonamiento “conspiranoico”, para poderlo comprender.
Estamos ante una nueva mutación del sistema y
el factor clave ha sido un hecho relevante sin precedentes: el desvío de dinero
público, de manera masiva, hacia el sector privado. Este hecho está constatado
dado que en el año 2009, el entonces presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, informó de
que la banca de los países del G20 había sido rescatada con 9 billones de euros
de las arcas públicas. Como es lógico esta cifra ha seguido creciendo y
actualmente ronda los 14 billones de euros. Para que nos hagamos una idea de la
magnitud de la que estamos hablando, según la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO)
esa cifra daría para alimentar, dar educación, cobijo y asistencia sanitaria a
toda la población mundial durante 250 años.
En definitiva, gracias al desvío del dinero público
hacia el sector privado, y la deuda que esto ha generado, nuestra esclavitud
está más que garantizada.
Evidentemente detrás de todo
este proceso está una élite perfectamente organizada, estructurada y
jerarquizada que mediante la creación de crisis artificiales, que engloban
crisis económico-financieras, humanitarias, alimentarias, medioambientales y
sociales, tiene el control de todos nosotros.
Pero si lo piensas bien, somos nosotros quienes
realmente mantenemos este sistema con nuestra ignorancia, pasividad y voto,
colaborando a que toda esta transformación se lleve a cabo.
Y ahora viene la “pregunta del millón”: ¿qué podemos
hacer? o dicho de otra manera: ¿cómo podemos desconectar del sistema?
Hacer, lo que se dice hacer, llevamos muchos
años haciendo y no parece que haya servido de nada. Así que todo indica que no
se trata de hacer, sino más bien de dejar de hacer.
Nosotros con nuestros hábitos individuales
podemos revertir la situación. La clave está fundamentalmente en dejar de comportarnos
como ellos quieren; o lo que es lo mismo: no hacer nada que ellos quieren que
hagamos.
Para empezar deberíamos dejar de contaminarnos
con la basura de la televisión, prensa, teléfono móvil, redes sociales y todo
tipo de medios propagandísticos del sistema. No compitamos entre nosotros:
gastaremos menos energías y seremos más eficientes si colaboramos los unos con
los otros en vez de competir. Dejemos de fomentar la mediocridad. Deberíamos pasar olímpicamente de sus fabulosos eventos
creados para adormecernos, aborregarnos, adoctrinarnos y distraernos (deportes
de masas como el futbol; películas repletas de mensajes subliminales; modas de
todo tipo; conmemoraciones y onomásticas de la sociedad de consumo,….). Tampoco
deberíamos formar parte de sus fuerzas armadas (sin ejércitos no sé cómo
podrían llevar a cabo sus guerras). Y lo más importante: no volver a
contraer deudas, ya que la deuda es su arma más poderosa. Ah! y, por
supuesto, dejar de votar de una vez por todas, ya que, como la historia ha
demostrado, los políticos son un caterva de estúpidos, ególatras e ignorantes
que nunca han sabido solucionar nada.
En definitiva, no se trata de cambiar el mundo,
se trata de cambiar los hábitos de vida de cada uno de nosotros. Porque, al
final, en este sistema lo que tú crees que posees te posee a ti.
Votar cada cuatro años; trabajar por cuenta
ajena 8 horas diarias durante 40 años; establecer por ley un salario mínimo;
recibir una educación obligatoria;….., y un sinfín de cosas más que nos venden
como logros: ¿verdaderamente son conquistas sociales o esclavitudes sociales?
Convendría tener muy presente que no hemos
nacido para malgastar nuestra vida trabajando como esclavos en ocupaciones que,
en el 90% de los casos, no aportan nada ni a nosotros mismos ni a la sociedad. No
deberíamos olvidar que cada uno de nosotros tenemos unos dones y talentos
innatos que fomentar y que son
sistemáticamente aniquilados por el sistema para convertirnos en máquinas de
producir y consumir.
La única manera de cambiar esto es que algún
día consigamos una mayoría suficiente de personas capaces de desconectar del
sistema, y el día que esto ocurra –si es que ocurre-, indudablemente, el
sistema caerá.
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