lunes, 17 de abril de 2017

EL PODER DE MANIPULACIÓN DEL LENGUAJE

Todos sabemos que no existe un instrumento de comunicación más poderoso que el lenguaje. Además, entre otras cosas, es lo que nos hace distintos al resto de animales que comparten el planeta con nosotros.
El lenguaje es el mayor don que posee el hombre. Puede ser delicado o brutal, amable o indolente, promotor de la verdad o propagador de la mentira. Tal es así, que una persona poco preparada, pero astuta y dominadora del lenguaje, puede subyugar fácilmente a pueblos enteros.
Sabemos que, de hecho, hay acciones que el ser humano sólo puede efectuar mediante palabras: quejarse, disculparse, dar las gracias, pedir perdón, etc.
Sin embargo, lo cierto es que el lenguaje, por muy bien expresado que esté, puede ser utilizado para falsear o distorsionar la realidad. Una de las cualidades del lenguaje es que las personas que  tienen facilidad de palabra pueden estar hablando horas sin decir absolutamente nada.
En las últimas décadas el lenguaje ha sufrido un giro radical desarrollándose eso que se ha dado en llamar un lenguaje “políticamente correcto”, que no quiere decir que sea “lingüísticamente correcto”.
Mientras que lo “lingüísticamente correcto” se encamina a mantener la pureza de la lengua -al margen de cualquier consideración ideológica- la finalidad de lo “políticamente correcto” es bien distinta: reemplazar palabras de uso corriente por vocablos nuevos para así, de esta manera, al cambiar las palabras sea más fácil cambiar las cosas.
Se trata de expresiones utilizadas por políticos y medios de comunicación, para tergiversar o suavizar el verdadero significado de las palabras. Así, suelen utilizar vocablos como estos: faltar a la verdad en vez de mentir, de color en vez de negro, invidente en vez de ciego, daños colaterales en lugar de víctimas civiles, desaceleración económica en vez de crisis, interrupción voluntaria del embarazo en vez de aborto, etc.
Por otra parte, muchas palabras esenciales del lenguaje corriente como popular, libertad, igualdad, fraternidad, amistad, verdad, amor, lealtad, belleza,…, han sido prostituidas y/o vaciadas de contenido.
¿Pero qué significa manipular?
Manipular significa tratar de manejar a tu antojo a una persona o grupo de personas, a fin de dominarlas fácilmente y llevarlas hacia donde tú quieres. La manipulación debe ser dolosa y sutil para que el manipulado no se entere de que está siendo manejado. Y el instrumento primordial y más importante de manipulación no es otro que el lenguaje.
Veamos ahora un ejemplo que está de rabiosa actualidad:
Últimamente oímos mucho, en tono peyorativo, la palabra “populismo” que, paradójicamente, es utilizada para desacreditar ideologías tanto de izquierdas como de derechas; bueno, según ellos de extrema izquierda o extrema derecha (¡ves! otra manipulación: cuando antepones extrema ya estás condicionando la palabra izquierda o derecha)  
¿Pero qué es el populismo?
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española tiene dos acepciones para esta palabra:
1.  Tendencia o afición a lo popular en todos los ámbitos de la vida.
2.  Tendencia política que dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo.
Entonces qué pasa: ¿es que ahora el pueblo -en el que se supone radica la soberanía- es idiota y hay que acabar con él?
Porque ¡señores! Bien claro nos lo repiten todos los días nuestros políticos: “hay que acabar con los populismos” (frase cotidiana de nuestro Presidente de Gobierno, entre otros políticos y medios de comunicación)
Gracias a la manipulación mediante el lenguaje, el tono peyorativo o ensalzador de una palabra puede pasar a ser lo opuesto de su verdadero significado, como en este caso.
Hoy en día se han desarrollado unos refinados sistemas de propaganda, basados en la manipulación lingüística, con los que se ha logrado una enorme confusión y, como consecuencia, la paralización absoluta de la sociedad.
En el caso que nos ocupa, esta sutil manera de utilizar el lenguaje para manipular la realidad, ha propiciado que la mayoría de las capas más bajas de la sociedad se sientan avergonzadas de pertenecer a ese “pueblo populista”: se les ha hecho creer que son ellos los únicos culpables de todos sus males, haciéndoles sentirse estúpidos, ignorantes e incluso malas personas. 
También, mediante la manipulación lingüística es cómo se consigue campaña tras campaña electoral embaucar e ilusionar a la gente con otra nueva sarta de mentiras. Y si no, que alguien me explique cómo se sigue votando a los mismos que han llevado a cabo el desmantelamiento del estado del bienestar. Bueno, mejor que alguien me explique por qué se sigue votando.
Es tal la distorsión de la realidad que puede llegar a provocar el lenguaje, que del trabajo se dice que es un logro del ser humano, cuando no deja de ser una esclavitud. De hecho, algo malo tendrá el trabajo cuando pagan por hacerlo.
Tenemos otro ejemplo claro con la palabra libertad.
La palabra libertad es sin duda la más utilizada en nuestros días y se ha convertido en talismán. Así pues, todas las palabras coaligadas a libertad son prestigiadas, mientras que las que no, son desprestigiadas.
Por ejemplo: Censura es la antítesis de libertad, por lo tanto es una palabra desprestigiada. Sin embargo, Democracia va asociada a libertad y evidentemente es una palabra prestigiada. Así que todo lo que unamos a Censura será desprestigiado, mientras que lo que unamos a Democracia será ensalzado.
De esta manera, uniendo estas palabras a otras, es como se potencia o se denigra todo aquello que se quiere hacer llegar tergiversado al interlocutor.
Tal es así, que el término lingüístico “Teoría de la Conspiración” ha sido creado para ser utilizado como un arma contra cualquier individuo o colectivo que se atreva a cuestionar los programas y actividades -cada vez de más dudosa legitimidad- de instituciones, gobiernos, bancos, corporaciones, etc.
Por último veamos cómo se atenúa un acto indigno por mediación del lenguaje.
Analicemos la siguiente frase: “Se decidió democráticamente aplicar la pena de muerte al reo”.
Aquí “democráticamente” y “pena de muerte” suavizan o tergiversan  la realidad, que no es otra que el linchamiento de una persona. Así pues, utilizando bien el lenguaje la frase correcta debería ser: “se decidió por mayoría linchar al reo”. Pero, claro, ya no suena igual.
Recapitulando:
Mediante la manipulación del lenguaje, el poder del elocuente sobre el callado  puede llegar a ser infinito: el pobre ignorante, desconocedor del lenguaje, es prácticamente “mudo”, mientras que la persona instruida en el uso del lenguaje es quien realmente domina la situación. De ahí que no exista un solo político sin este “don”.
Si queremos ser verdaderamente conscientes, en la medida de lo posible, de que aquello que leemos y/o escuchamos no está siendo manipulado, debemos aprender a matizar el sentido de las palabras, y procurar apartarnos de ese lenguaje “políticamente correcto” utilizado por políticos y medios de comunicación.

Difícil ¿verdad? Pues claro que sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario