Todos sabemos que no existe un instrumento de
comunicación más poderoso que el lenguaje. Además, entre otras cosas, es lo que
nos hace distintos al resto de animales que comparten el planeta con nosotros.
El lenguaje es el mayor don que posee el
hombre. Puede ser delicado o brutal, amable o indolente, promotor de la verdad
o propagador de la mentira. Tal es así, que una persona poco preparada, pero
astuta y dominadora del lenguaje, puede subyugar fácilmente a pueblos enteros.
Sabemos que, de hecho, hay
acciones que el ser humano sólo puede efectuar mediante palabras: quejarse,
disculparse, dar las gracias, pedir perdón, etc.
Sin embargo, lo cierto es que el lenguaje, por
muy bien expresado que esté, puede ser utilizado para falsear o distorsionar la
realidad. Una de las cualidades del lenguaje es que las personas
que tienen facilidad de palabra pueden
estar hablando horas sin decir absolutamente nada.
En las últimas décadas el lenguaje ha sufrido
un giro radical desarrollándose eso que se ha dado en llamar un lenguaje “políticamente
correcto”, que no quiere decir que sea “lingüísticamente correcto”.
Mientras que lo “lingüísticamente correcto” se
encamina a mantener la pureza de la lengua -al margen de cualquier
consideración ideológica- la finalidad de lo “políticamente correcto” es bien
distinta: reemplazar palabras de uso corriente por vocablos nuevos para así, de
esta manera, al cambiar las palabras sea más fácil cambiar las cosas.
Se trata de expresiones utilizadas por políticos
y medios de comunicación, para tergiversar o suavizar el verdadero significado
de las palabras. Así, suelen utilizar vocablos como estos: faltar a la verdad
en vez de mentir, de color en vez de negro, invidente en vez de ciego, daños
colaterales en lugar de víctimas civiles, desaceleración económica en vez de
crisis, interrupción voluntaria del embarazo en vez de aborto, etc.
Por otra parte, muchas palabras esenciales del
lenguaje corriente como popular, libertad, igualdad, fraternidad, amistad,
verdad, amor, lealtad, belleza,…, han sido prostituidas y/o vaciadas de
contenido.
¿Pero qué significa manipular?
Manipular significa tratar de manejar a tu
antojo a una persona o grupo de personas, a fin de dominarlas fácilmente y
llevarlas hacia donde tú quieres. La manipulación debe ser dolosa y sutil para
que el manipulado
no se entere de que está siendo manejado. Y el instrumento primordial y más importante de
manipulación no es otro que el lenguaje.
Veamos ahora un ejemplo que está de rabiosa
actualidad:
Últimamente oímos mucho, en tono peyorativo,
la palabra “populismo” que, paradójicamente, es utilizada para desacreditar
ideologías tanto de izquierdas como de derechas; bueno, según ellos de extrema
izquierda o extrema derecha (¡ves! otra manipulación: cuando antepones extrema
ya estás condicionando la palabra izquierda o derecha)
¿Pero qué es el populismo?
El Diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española tiene dos acepciones para esta palabra:
1.
Tendencia o afición a lo
popular en todos los ámbitos de la vida.
2.
Tendencia política que
dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo.
Entonces qué pasa: ¿es que ahora el pueblo -en
el que se supone radica la soberanía- es idiota y hay que acabar con él?
Porque ¡señores! Bien claro nos lo repiten
todos los días nuestros políticos: “hay que acabar con los populismos”
(frase cotidiana de nuestro Presidente de Gobierno, entre otros políticos y
medios de comunicación)
Gracias a la manipulación mediante el lenguaje,
el tono peyorativo o ensalzador de una palabra puede pasar a ser lo opuesto de
su verdadero significado, como en este caso.
Hoy en día se han desarrollado unos refinados
sistemas de propaganda, basados en la manipulación lingüística, con los que se
ha logrado una enorme confusión y, como consecuencia, la paralización absoluta
de la sociedad.
En el caso que nos ocupa, esta sutil manera de
utilizar el lenguaje para manipular la realidad, ha propiciado que la mayoría
de las capas más bajas de la sociedad se sientan avergonzadas de pertenecer a
ese “pueblo populista”: se les ha hecho creer que son ellos los únicos
culpables de todos sus males, haciéndoles sentirse estúpidos, ignorantes e
incluso malas personas.
También, mediante la manipulación lingüística es
cómo se consigue campaña tras campaña electoral embaucar e ilusionar a la gente
con otra nueva sarta de mentiras. Y si no, que alguien me explique cómo se
sigue votando a los mismos que han llevado a cabo el desmantelamiento del
estado del bienestar. Bueno, mejor que alguien me explique por qué se sigue
votando.
Es tal la distorsión de la realidad que puede
llegar a provocar el lenguaje, que del trabajo se dice que es un logro del ser
humano, cuando no deja de ser una esclavitud. De hecho, algo malo tendrá el
trabajo cuando pagan por hacerlo.
Tenemos otro ejemplo claro con la palabra libertad.
La palabra libertad es sin duda la más
utilizada en nuestros días y se ha convertido en talismán. Así pues, todas las
palabras coaligadas a libertad son prestigiadas, mientras que las que no,
son desprestigiadas.
Por ejemplo: Censura es la antítesis de
libertad, por lo tanto es una palabra desprestigiada. Sin embargo, Democracia
va asociada a libertad y evidentemente es una palabra prestigiada. Así
que todo lo que unamos a Censura será desprestigiado, mientras que lo
que unamos a Democracia será ensalzado.
De esta manera, uniendo estas palabras a
otras, es como se potencia o se denigra todo aquello que se quiere hacer llegar
tergiversado al interlocutor.
Tal es así, que el término lingüístico “Teoría
de la Conspiración” ha sido creado para ser utilizado como un arma contra
cualquier individuo o colectivo que se atreva a cuestionar los programas y
actividades -cada vez de más dudosa legitimidad- de instituciones, gobiernos,
bancos, corporaciones, etc.
Por último veamos cómo se atenúa un acto
indigno por mediación del lenguaje.
Analicemos la siguiente frase: “Se decidió democráticamente
aplicar la pena de muerte al reo”.
Aquí “democráticamente” y “pena de
muerte” suavizan o tergiversan la
realidad, que no es otra que el linchamiento de una persona. Así pues,
utilizando bien el lenguaje la frase correcta debería ser: “se decidió por
mayoría linchar al reo”. Pero, claro, ya no suena igual.
Recapitulando:
Mediante la manipulación del lenguaje, el
poder del elocuente sobre el callado
puede llegar a ser infinito: el pobre ignorante, desconocedor del
lenguaje, es prácticamente “mudo”, mientras que la persona instruida en el uso
del lenguaje es quien realmente domina la situación. De ahí que no exista un
solo político sin este “don”.
Si queremos ser verdaderamente conscientes, en
la medida de lo posible, de que aquello que leemos y/o escuchamos no está
siendo manipulado, debemos aprender a matizar el sentido de las palabras, y procurar
apartarnos de ese lenguaje “políticamente correcto” utilizado por políticos y
medios de comunicación.
Difícil ¿verdad? Pues claro que sí.
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