Hablar de política aquí y en cualquier lugar
del mundo es discusión segura. Y es discusión segura, porque la misma política
ha creado los mecanismos necesarios para que así sea.
Prácticamente todo el mundo está más que harto
de los políticos y quisiera un cambio de verdad en la sociedad. Pero como dijo
Albert Einstein: “no esperes resultados diferentes si siempre haces lo
mismo”.
Votar cada cuatro años a un puñado de personas
para que sean nuestros representantes y decidan por nosotros ya hemos visto que
no funciona. Es lo que llamamos democracia representativa. Esa que se ha
implementado en prácticamente todos los países del mundo y que nos han vendido
como la mejor de las opciones (por supuesto, mentiruscos gordos ataos con
piedras, que diría José Mota).
Ceder nuestra soberanía a un puñado de
partidos políticos, mangoneados por el poder global del dinero, no es muy
inteligente que digamos.
No deberíamos dejarnos engañar tan fácilmente.
Hoy en día tenemos los medios y la tecnología necesaria para cambiar el
paradigma en un abrir y cerrar de ojos.
Una sociedad perfecta probablemente nunca
existirá, pero una más justa sí es posible. El cambio a una democracia real
participativa en la que todo el mundo intervenga en la medida de sus
posibilidades es viable.
Imagina un país sin partidos políticos en
donde en el Gobierno, en el Parlamento y en las instituciones estuvieran las
mentes más brillantes del país. Imagina que estas personas no se dedican a
medrar, sino a pensar en cómo hacer que todos llevemos una vida mejor y a
conseguir nuestra felicidad. Y por último,
imagina que todo este proceso se hace de una manera transparente,
transversal y en el que todos podemos participar en su justa medida.
¿Crees que no es posible? Pues lo es.
Seguir anclados a unos partidos políticos
compuestos por personas cuyo único fin es medrar nunca va a solucionar nuestros
problemas. Al contrario, los acrecentará. Si cuando vamos al médico nos gusta
que nos atienda el profesional mejor preparado, no sé qué hacemos dejando
nuestras vidas en manos de unos partidos políticos llenos de iluminados
salvapatrias que no saben ni entienden de nada.
Las democracias representativas son un engaño,
empezando por su sistema electoral. En ellas todo se reduce a esto: una persona
un voto, que vale igual para todos. Y digo yo, entonces, un trabajo un salario,
que sea el mismo para todos. Pero ¡ah! No cuela ¿verdad? Pues entonces tampoco
una persona un voto. El voto debiera estar valorado en su justa medida al igual
que lo debieran estar los salarios (por desgracia una persona ignorante no
tiene criterio para decidir sobre nada).
Ya sé que lo que acabo de decir no es
políticamente correcto y suena discriminatorio. Pero esto es lo que tenemos hoy
en día: una mayoría de ignorantes que deciden el futuro de todos. Y claro está.
Así nos va.
Seamos serios. Esta falsa democracia vive precisamente
de la ignorancia y la mediocridad. El discurso de los políticos va dirigido a
esta capa de la sociedad que, por desgracia, es mayoritaria. Y esto es lo que
tenemos: una democracia para idiotas, mediocres e ignorantes, gobernada por
políticos idiotas, mediocres e ignorantes. Así de simple. Porque no lo dudes,
la mayoría de los votos sale de esa masa sin criterio propio que se deja comer
el tarro una campaña electoral sí y otra también.
Aquí el verdadero dueño del cotarro es el
poder global del dinero, que es el más interesado en mantener este tipo de
democracia representativa.
Todos somos conscientes de que cada día hay
más desafección por la política. Pero la gente piensa, ingenuamente, que
cambiando su voto va a conseguir corregir la situación. Evidentemente no es
así.
¿Te has parado a pensar que es el poder global
del dinero el promotor del desprestigio de la política y sus instituciones? ¿No
te das cuenta de que es el que promueve y financia nuevos partidos políticos
para que sigas enganchado al Sistema? Nos han repetido tantas veces que lo
importante es votar -sea al partido que sea o en blanco- que nos lo hemos
creído. Porque claro, lo importante es votar para legitimar el Sistema, ya que
no votar significa no hacerlo y eso si le preocupa al poder global del dinero.
Hay una máxima que se repite hasta la saciedad
antes de cualquier proceso electoral: si, por ejemplo, un votante tradicional
de izquierda -desencantado con su opción política- ha decidido no votar, ya se
encarga el Sistema de decirle que si no vota está dando indirectamente su voto
a la derecha y viceversa. Obviamente es así. Pero lo que ese votante ignora es
que no importa qué partido gane las elecciones, ya que todos pertenecen al
poder global del dinero y, evidentemente, están a su servicio.
Aún la gente sigue sin ser consciente de que votar,
votar y volver a votar no resuelve nada: llevamos muchos años haciéndolo y
todavía no hemos conseguido solventar la desigualdad en la distribución de la
riqueza, principio y fin de todos nuestros males.
Hoy en día son las grandes corporaciones
internacionales, en manos del poder global del dinero, las que deciden el
futuro de cada uno de nosotros y no el voto. Así de claro.
El 28 de abril los españoles acudiremos de
nuevo a las urnas. ¿Crees que va a cambiar algo? Pues ya te digo yo que no: los
ricos seguirán siendo ricos y los pobres continuarán siendo pobres; la mayoría
de los salarios y pensiones mantendrán un poder adquisitivo de mierda, con
perdón, y nos seguirán robando nuestro dinero vía impuestos mientras el poder
global del dinero mantendrá el suyo a buen recaudo en paraísos fiscales.
Como reza otra frase atribuida a Albert Einstein: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy
seguro de lo segundo”.