miércoles, 16 de octubre de 2019

LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA


Las políticas neoliberales que se vienen aplicando en España desde los tiempos de Felipe González han llevado a este país al estado actual: una desigualdad entre ricos y pobres de las mayores de Europa.
Estas políticas han favorecido sistemáticamente a los empresarios sobre los trabajadores; a la banca y a los especuladores sobre la industria y al turismo sobre el sector productivo agrícola y ganadero.
La entrada de España en la UE no ha hecho otra cosa que aumentar el desempleo, ya que la industria española no es competitiva, el campo ha sido prácticamente abandonado y el sector tecnológico aún está en vías de desarrollo. Esto nos ha llevado a poner todos los huevos en la misma cesta (el turismo) y las consecuencias son trabajadores con empleo temporal estacional y mal remunerado.
Por supuesto, la recaudación del IRPF sobre estos trabajadores es irrisoria y no da para mucho, por lo tanto, y dado que los ricos no pagan los impuestos que deberían, el gobierno de turno se ve obligado a acudir sistemáticamente a los mercados y endeudarse para mantener en funcionamiento la maquinaria del Estado.
La economía de un país depende en gran medida del grado de educación y formación de sus habitantes, además del bienestar de sus trabajadores: trabajadores contentos con buenas condiciones laborales y salarios dignos, hace que sean más productivos. Pero en España hace varias décadas que esto no es así.
Los trabajadores españoles por cuenta ajena están fundamentalmente divididos entre una minoría de trabajadores fijos con un salario aceptable -cada vez en menor cuantía- y una masa creciente de trabajadores eventuales que trabajan por un sueldo raquítico con horarios minúsculos o interminables.
Las reformas laborales, llevadas a cabo por los diferentes gobiernos, han propiciado que los trabajadores hayan perdido los derechos adquiridos durante décadas de lucha obrera, quedando sujetos a los dictados de los empresarios.
Antes de la nueva regulación laboral tener un empleo estable proporcionaba un grado relativo de certidumbre a la hora de hacer proyectos a largo plazo: crear una familia y comprar una vivienda era lo más habitual. Sin embargo, para las nuevas generaciones el empleo es el problema número uno, ya que los trabajos estables están desapareciendo, los salarios cada vez son más bajos y la posibilidad de tener un futuro brilla por su ausencia.
Para las nuevas generaciones de españoles, tener una formación técnica y profesional parece fuera de lugar en un país donde la economía dependiente en gran medida del turismo. Un puesto de trabajo -cada vez más difícil de conseguir- en la administración pública o en alguna de las grandes empresas del país, es el sueño ansiado por los jóvenes mejor preparados. Pero como no hay trabajo para todos, la otra alternativa es la de emigrar a otro país, si no quieres quedarte aquí para ejercer de “licenciado camarero” “geólogo masajista” o “letrado reponedor de Mercadona”.
La generación que creció en la posguerra es la que ha llevado a este país -para bien o para mal- a estar donde está. Ha sido una generación abnegada que trabajó mucho, dentro y fuera de España, para que sus hijos no pasaran las calamidades que ellos padecieron. Pero se equivocaron.
Esta generación de padres ha sido demasiado indulgente con sus hijos. Tuvieron -y aún tienen- un fuerte sentimiento de "sacrificio" para dar a sus hijos todo lo que ellos no tuvieron al crecer pobres. La ironía de esta situación, es que los padres esperaban que dando a sus hijos todo aquello que ellos no tuvieron (dinero, caprichos y carreras universitarias…) sus hijos conseguirían empleos mejor remunerados y que alcanzarían un estatus más alto. Sin embargo, la realidad es que, en lugar de eso, los hijos de estos padres trabajadores no pueden lograr ni siquiera el nivel de seguridad e ingresos de sus padres.
Durante los 13 años y medio que Felipe González estuvo en el poder fue donde se empezó a gestar la situación que padecemos ahora. El régimen socialista fue el primero en reforzar el poder de las empresas. Promulgó una serie de leyes laborales que socavaron el empleo estable de los trabajadores, permitiendo a los empresarios emplear a la gente con contratos eventuales y sin indemnización por despido.
Posteriormente, los gobiernos de Aznar, Zapatero y Rajoy hicieron lo propio, dejando al país en la situación actual: trabajadores cada vez más pobres y empresarios cada vez más ricos.
Entre la mayoría de trabajadores jóvenes que acceden por primera vez al mundo laboral, hay una frustración creciente por el empleo ocasional de subsistencia –esclavo mal remunerado- y la incapacidad, por lo tanto, para emanciparse, progresar y hacer planes a futuro.
En este contexto, son los padres -y en algunos casos los abuelos- los que mantienen a estos jóvenes con un nivel de vida superior al que tendrían si estuvieran trabajando, de ahí que la mayoría de los jóvenes no estén interesados en forjarse un porvenir.
La tendencia mayoritaria, por parte de estos jóvenes, es la de aceptar las circunstancias y dar por sentado que los padres deben hacerse cargo de ellos de por vida. Y no les falta razón, ya que les compran bienes de consumo y les financian gratuitamente todas sus necesidades (comida, ropa, techo, coche, teléfono móvil,…) sin pedirles nada a cambio. Lo hacen simplemente porque son sus hijos. Nada más.
Pero cuando los hijos pasan de la treintena, siguen sin emanciparse y dependiendo económicamente de sus progenitores, la cosa cambia. Los padres a estas alturas están jubilados o a punto de hacerlo. Y claro está, con menos ingresos y menos energías, tener que seguir manteniendo a sus hijos como cuando eran pequeños está fuera de lugar. Esta situación hace que los padres deban restringir su nivel de vida sintiéndose cada vez más exasperados. Pero la cruda realidad es que no pueden hacer nada para remediarlo, ya que fueron ellos mismos los que, con su mal ejemplo, provocaron esta situación.
Y en esas estamos.
La generación de la posguerra, que tanto mimó a sus hijos, ahora no sabe cómo arreglar lo que ya no tiene remedio. Viven en una dicotomía continua: tan pronto maldicen al Sistema por haber dejado a sus hijos sin futuro, como se enfadan con ellos por no esforzarse en buscar un empleo.
Actualmente, la mal llamada clase media de este país vive de las reservas del pasado, y las nuevas generaciones de jóvenes (no olvidemos que son el futuro del país) están viviendo del trabajo y los ahorros de sus padres. Sin embargo, a las grandes familias adineradas nunca les ha ido mejor.
Bien es verdad que hay aproximadamente un 20% de jóvenes a los que les va bien. Son fundamentalmente jóvenes preparados que, en la mayoría de los casos, disponen de  buenos empleos gracias a los contactos de sus padres. Básicamente podemos decir que en la situación actual “si tienes padrinos te bautizas”, de lo contrario es casi seguro que no.
Se dice siempre que un país es rico o es pobre en función de sus recursos. Pero no es verdad. Todos los países son ricos y todos poseen el recurso más preciado: sus habitantes.
Países como Bélgica, Suiza, Singapur, Japón, etc., son países ricos sin prácticamente recursos naturales. Y al contrario, países como Nigeria, Congo, Sierra Leona o Argelia, son algunos de los numerosos países que disponen dentro de sus fronteras de muchos recursos naturales pero, sin embargo, están considerados países  pobres.
La verdadera riqueza de un país es la masa gris de sus gentes. Nada más y nada menos.
No lo dudes. Un país donde sus ciudadanos gozan de una buena educación y formación siempre saldrá adelante, amén de si dispone o no de recursos naturales. Evidentemente, no es el caso de España, donde la educación y formación de sus ciudadanos deja mucho que desear. Y no es porque seamos más torpes que los demás, sino porque históricamente la ineptitud y egoísmo de nuestros gobernantes así lo ha querido. Y esto no ha cambiado un ápice.
Un país de 46 millones de habitantes -considerado desarrollado- con multinacionales tan importantes como Inditex, Telefónica, Iberdrola, Repsol, Banco Santander, etc., donde existe una bolsa de 8,5 millones de personas en exclusión social y el 48% de la población llega a duras penas a fin de mes, es sencillamente inadmisible. Por lo tanto, algo estamos haciendo rematadamente mal.
La gente ingenuamente piensa que la situación mejorará, pero mucho me temo que para la mayoría de los trabajadores la situación empeorará.
Si seguimos el dictado neoliberal que nos impone Bruselas, y arrastrando los errores que cometió la generación de la posguerra con sus hijos, es más que probable que nos convirtamos en un país como Méjico, donde una minoría nada en la opulencia mientras el resto sobrevive con salarios de mierda, con perdón.
Esta es la realidad de la economía española. Lo demás, son cantos de sirena de políticos, con discursos para mentes muy cortitas. Y así nos va, claro.

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