martes, 22 de septiembre de 2020

MIEDO A CONOCER LA VERDAD: DISONANCIA COGNITIVA

 Cuando se pierde esa sensación de seguridad que nos da nuestra zona de confort, y aparece el miedo, es que algo está pasando en nuestro cerebro.

Cada uno de nosotros tenemos una visión del mundo. Esa visión nos viene dada por la cultura en la que nacemos y crecemos. Cuando vivimos situaciones nuevas o escuchamos algún tipo de información que contradice nuestra visión del mundo aparece la ansiedad, la inseguridad y el miedo.

Si empiezas a percibir que tu Gobierno miente, que las supuestas fuerzas de seguridad de tu país no te protegen a ti sino que van contra ti y cuando ves, escuchas y lees en los medios de comunicación mentiras que solo van encaminadas a generar miedo y no eres capaz de asimilarlo, no te alarmes, ya que tiene una explicación psicológica muy sencilla: se llama disonancia cognitiva.

Generalmente, la opinión del “populacho” sobre los diferentes sucesos es la transmitida por los medios de comunicación de masas, con la influyente televisión a la cabeza. Paradójicamente, aunque detectemos errores, contradicciones y sinsentidos en la opinión transmitida por los medios de comunicación, la tendencia generalizada no es indagar para descubrir la verdad, sino mirar hacia otro lado y seguir con nuestras vidas como si nada hubiera pasado.

Por suerte, cuando las versiones oficiales de los sucesos están llenas de incongruencias, falsedades y errores siempre hay investigadores que descubren la verdad. Lo que suele suceder, es que esa verdad es una verdad incómoda que se sale de nuestra zona de creencias, dando lugar a la aparición de la disonancia cognitiva: por una parte la verdad es más razonable que la versión oficial, pero, sin embargo, nos resistimos a dar credibilidad a esa información puesto que va en contra de nuestras creencias.

Y la pregunta es: ¿Por qué nos resistimos, ya no a creer, que también, a escuchar tan siquiera esa información? La respuesta es muy sencilla.

Cuando se produce la disonancia cognitiva, entran en acción nuestras defensas psicológicas que intentan protegernos de esas inusuales emociones. La más importante de ellas es la negación, por eso la mayoría se niega a reconocer la evidencia y mira hacia otro lado, para recuperar cuanto antes el equilibrio de sus antiguas emociones.

Así pues, cuando alguien trata de decirnos que existe otra información, y esta no concuerda con nuestra visión de las cosas, no le queremos escuchar, le ignoramos e incluso le insultamos y le pedimos que se calle. No podemos soportar la evidencia que nos presenta, dado que está en conflicto con nuestra visión del mundo. En definitiva, lo que queremos es que no perturbe nuestra pequeña burbuja, nuestra zona de confort y nuestra visión de cómo son las cosas. Por eso nos negamos en rotundo a aceptar cualquier información que nos ocasione disonancia cognitiva.

Dicho esto, analicemos ahora dos sucesos recientes.

En los últimos 20 años se han producido dos acontecimientos que han cambiado el mundo: uno, los atentados del 11-S de 2001 y dos, la aparición del Covid-19 en 2020.

Ambos acontecimientos están llenos de contradicciones, de errores científicos y de un ocultismo fuera de lo habitual.

Ante tales incongruencias, multitud de investigadores han dado otras versiones de lo sucedido amparándose en datos, en la ciencia, la tecnología y el sentido común. Los hechos, minuciosamente estudiados, han sido expuestos en rigurosos informes que, evidentemente, no han sido dados a conocer por los medios de comunicación de masas.

Pero, como siempre, la verdad está ahí. Lo triste es que la gente ni siquiera quiere informarse. Ha aceptado de buen grado la versión oficial y no quiere saber nada más.

La tozuda realidad siempre se termina imponiendo.

De los atentados del 11-S hay montones de informes que demuestran que fueron atentados de falsa bandera. Eso sí, gracias a ellos se implementaron en todo el mundo unas medidas de control a la población como si todos fuéramos terroristas en potencia. Y lo más importante, el 11-S sirvió como pretexto para desestabilizar países como Afganistán, Siria, Egipto, Libia, Túnez, etc. (por filtraciones de informes sabemos que todo ello formó parte de los planes de la élite)

El Covid-19 es más de lo mismo: una falsa pandemia para avanzar en sus planes de control sobre la humanidad. La nueva “anormalidad” nos está matando poco a poco. La depresión y la ansiedad están aumentando de una forma alarmante y la sensación de miedo va in crescendo a pasos agigantados por el temor al “bicho”, a la dictadura totalitaria y a las sanciones y represiones que estamos padeciendo. Pero la gente, en general, ni lo ve ni lo quiere ver.

En estos tiempos que corren las personas hemos perdido toda noción sobre lo que son nuestros derechos y libertades. No somos conscientes de que ni pueden encerrarnos ni negarnos el derecho a ganarnos la vida ni prohibirnos tener contacto con otros seres humanos, simplemente porque una autoridad dictamine tales órdenes. Además, estos derechos no pueden ser abolidos ni siquiera en situación de excepción que pusiera en peligro la vida de la nación (así figura en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de Siracusa).

¿Pero cómo nos dejamos hacer esto? ¿Por qué no hay reacción? ¿Dónde están ahora los movimientos antisistema? ¿Dónde está esa izquierda tan crítica con el poder y el totalitarismo? ¿Dónde la derecha tan preocupada por la economía? Y los medios de comunicación supuestamente independientes, ¿dónde están?

La conspiración que se está llevando a cabo a través de la falsa pandemia es literalmente espeluznante. Es, con mucho, la más peligrosa llevada a cabo hasta la fecha y el impacto que está teniendo en nuestra mente es demoledor. Ni que decir tiene que el virus, como tal, es la parte menos peligrosa de toda esta trama. Probablemente, el “populacho” tenga miedo a conocer la verdad, pero el poder no tiene ninguno en hacer lo que está haciendo: un genocidio en toda regla.

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