Nacemos en el seno de una familia que no elegimos, en un lugar que no decidimos y dentro de una sociedad que no dispusimos. Esta sociedad está llena de instituciones, leyes y normas que nosotros tampoco establecimos. Por lo tanto, creer que somos ciudadanos libres por vivir en el seno de lo que llamamos democracia es tan estúpido como creer en la existencia de Papá Noel.
La mayoría de países occidentales sufrimos
regímenes democráticos representativos dictatoriales. Pero es que ni siquiera
las democracias participativas garantizan la libertad, ya que la simple idea de
tener que acatar todos lo que decide una mayoría no dejará de ser la imposición
de una mayoría sobre una minoría, y eso es lo mismo que cualquier totalitarismo.
Estos regímenes democráticos están
fundamentados en el adoctrinamiento, puesto que sin el adoctrinamiento adecuado
todas esas estructuras sociales, a las cuales profesamos una devoción ciega, se
derrumbarían inmediatamente.
El adoctrinamiento irrumpe en nuestra vida
desde el mismo momento de nacer y nos acompaña hasta el final de nuestros días.
De ello se encargan nuestros progenitores, la mal llamada educación, los medios
de comunicación de masas y últimamente las nuevas tecnologías salidas de la “fabrica
de ilusiones” de Silicon Valley. Y es que sin estas premisas la gente no se
dejaría gobernar por una élite minoritaria de cleptócratas.
Del mismo modo que un estado dictatorial se
impone mediante la fuerza bruta, una democracia se establece a través del
engaño, la mentira y la manipulación psicológica. Por eso, no está tan claro si
el individuo es más libre en una democracia o en un estado totalitario, ya que
en un estado totalitario sabes quién es el enemigo y puedes luchar contra él,
en una democracia no.
Evidentemente, el abanico de posibilidades
que te brinda una democracia es más amplio que el de cualquier dictadura. Pero
eso no es garantía de libertad. Para que exista una
verdadera libertad tiene que haber libertad de pensamiento propio, y eso en las
actuales democracias sencillamente no se da. Ni que decir tiene que el que está
escribiendo estas líneas es consciente de que sus pensamientos también están
influenciados por toda esa propaganda.
Por más que intentemos autoconvencernos de que
somos dueños de nuestros actos, la cruda realidad demuestra, con pruebas
irrefutables, que no somos más que meros peleles incapaces de decidir nada por
nosotros mismos.
Es muy triste ver como nuestras mentes han
sido programadas y moldeadas para limitarse a obedecer leyes y normas que unos
cuantos “tíos listos” han elaborado para nosotros. Incluso personas con una
inteligencia por encima de lo normal tragan toda esa bazofia sin inmutarse.
Si hasta ahora hemos permanecido en el
engaño y la mentira, creyendo que vivíamos en sociedades libres, el futuro
inmediato que nos espera no se presenta nada halagüeño.
Nos acercamos rápidamente hacia un control digital
total de la humanidad. Lo que hemos vivido últimamente va en esa dirección.
Es un hecho que las nuevas tecnologías están
haciendo de la mayoría de nosotros unos bobos auténticos. Y los bobos somos eso,
bobos, por lo tanto, no nos estamos enterando de que la tecnología está poniendo
una cadena invisible alrededor nuestro. Y cuando esa cadena se cierre por
completo, ya no tendremos la más mínima posibilidad de escapar.
La llegada inminente del las monedas
digitales de los bancos centrales (CBDC) será el último eslabón de la cadena
que nos condenará para siempre a vivir en un campo de concentración digital.
El dinero digital estará condicionado a
todo: huella de carbono, crédito social, carnet de salud o cualquier otra cosa.
Podrá bloquear cualquier producto que queramos adquirir si se considera que ya agotamos
el cupo que teníamos asignado. Así, por ejemplo, si nuestra asignación de
consumo de carne es de un kilo al mes, no podremos comprar más pues el dinero
digital no nos lo permitirá. Y lo mismo sucederá al adquirir cualquier otro
bien o servicio como medicinas, combustible, gas, electricidad, viajes, etc.
Aunque lo más esclavizante, es que será
un dinero que cada uno solo podrá utilizar en zonas concretas (“ciudades de 15
minutos”: recuérdalo) y, además, tendrá fecha de caducidad, de esa manera nunca
podremos ahorrar el suficiente dinero que nos proporcione un poco de libertad.
Evidentemente, no nos lo van a contar así.
Nos lo venderán de otra manera como, por ejemplo, que con este nuevo dinero no
habrá fraude fiscal ni economía sumergida ni corrupción. Pero la realidad es
que a partir de entonces nuestro dinero será única y exclusivamente suyo y no
podremos hacer nada al respecto.
¿Tú quieres esto? Si eres de los que piensa
que la vida sin libertad no merece la pena ser vivida, me imagino que no.
Decía Descartes: “Pienso, luego existo”. Por eso hay que decirle a la gente que debe
de cuestionarse todo, solo así tendremos una oportunidad.
Si consiguiéramos una representación
suficiente de personas valientes de todo el espectro social (policías, fuerzas
armadas, políticos, periodistas, educadores, médicos, abogados, ingenieros y
trabajadores de todos los sectores) que se atrevan a plantar cara al sistema, las
estructuras de poder quedarían fuera de juego de inmediato.
¿Imposible? Puede. Pero soñar, de momento,
es gratis. Y digo soñar, porque después de ver lo de Argentina es para echarse
a llorar: un país entero movilizado (con más de 5 millones de personas en la
calle) para aclamar a 25 jugadores de fútbol, que lo único que han hecho en su
vida es dar jodidas patadas a un balón. ¿Te imaginas esa misma energía canalizada
para echar a los corruptos gobernantes que tienen sumido al país en la miseria?
Pero sospecho que eso nunca va a suceder.