Nunca a lo largo de la historia hemos tenido una sociedad ideal. Lo más
que hemos conseguido es ser una sociedad soportable, nada más. Pero cuando las
cosas no empiezan bien solo pueden ir a peor. Y en eso estamos.
Una sociedad que no piensa no es una sociedad libre, sino un rebaño
fácil de pastorear. En la actualidad, prácticamente la totalidad de la
población, incluida la gente que lee libros y estudia carreras universitarias,
no piensa. Y lo lamentable, es que no es consciente de que adopta como propios
pensamientos que no son suyos, sino de otros.
Llevamos muchas décadas en una dinámica de degeneración constante de la
sociedad. Nos hemos convertido en una sociedad perversa que no valora nada. Es
una sociedad que confunde lo virtual con lo real, que ha cambiado el ser por el
tener, que la verdad le importa un pepino y que lo único que busca es el placer
inmediato.
Amén de la inestimable colaboración de los babosos medios de comunicación,
vendidos al poder global del dinero, paradójicamente es el sistema educativo el
que más está contribuyendo a esta degeneración. El sistema educativo ha sido
diseñado para adoctrinar e inculcar ideologías, no para formar. Esto impide que
los niños desarrollen su ingenio, su talento y su espíritu crítico y hace que
salgan de las aulas convertidos en borregos estúpidos muy fáciles de doblegar.
Los que peinamos canas, o ya no podemos peinarlas porque hemos perdido el
pelo, estamos viendo como la mayoría de jóvenes que salen de nuestro sistema
educativo prácticamente no saben
hablar, leen –si es que leen- con dificultad y casi no son capaces de escribir
algo medianamente legible. Y claro está, los gobiernos están encantados porque
una población así no ofrece la más mínima resistencia ante el abuso de poder, tal
y como estamos viendo últimamente.
Una masa de gente cada vez más cretinizada, que fija su mirada a todas
horas en la pequeña pantalla de su móvil (totalitarismo digital) y que desconoce
el lenguaje adecuado para efectuar sus pensamientos (sin lenguaje no hay
pensamiento), ha dado pie a la deriva totalitaria que estamos padeciendo.
Nos encontramos en una situación extremadamente crítica. Las nuevas
generaciones, que cuentan con los mejores medios de toda la historia de la
humanidad, albergan una mayoría de individuos cada vez más estúpidos, iletrados
e ignorantes. Su coeficiente intelectual, según los últimos estudios, está descendiendo
y mucho me temo que no serán capaces de afrontar los importantes retos de los
nuevos tiempos.
Verdaderamente los “tíos listos” se lo han montado de fábula. Han
creado toda una masa de imbéciles que hacen, dicen y repiten lo que ellos
quieren. Les han prohibido pensar y, sobre todo, juzgar. Si algo tienen en
común los imbéciles es esa frase tan manida: “quién soy yo para juzgar”.
O sea, que tú no juzgas, pero los “tíos listos” si te juzgan. Ya sabes, ellos
nos responsabilizan del cambio climático, de las crisis económicas, del
deterioro del medio ambiente, etc.
Parece que el acto de juzgar esté prohibido para el “populacho” por
mandato divino. Sin embargo, nosotros admiramos y nos parecen más
interesantes las personas que juzgan, que no tienen miedo a opinar y, por
supuesto, que piensan. Por cierto, solemos llamarles intelectuales.
Decía el historiador inglés Henry Thomas Buckle : “Los
hombres y mujeres se clasifican en tres clases o niveles de inteligencia. Se
puede distinguir a la clase más baja por su costumbre de hablar siempre de las
personas; a la siguiente, porque suele conversar de las cosas, y a la más alta,
por su preferencia a debatir sobre las ideas”.
¿Cuántas veces debatimos sobre las ideas con familiares y amigos?
Ninguna: elemental, está muy mal visto. ¿Cuántos debates sobre las ideas vemos
en los medios de comunicación? Ninguno. Alguno pensará que las tertulias
políticas sí son sobre las ideas. Pues no, no lo son, son sobre las personas,
puesto que lo único que hacen es descalificarse unos a otros, ya que es lo que
espera la masa que sigue esas tertulias que, por supuesto, entra en el primer
nivel de inteligencia de Henry Thomas.
Es curioso que ahora todo es inteligente menos nosotros. Tenemos una
inteligencia artificial, casas inteligentes, coches inteligentes y se habla de
que en un futuro, no muy lejano, las ciudades también serán inteligentes. Aunque
mucho me temo que serán cárceles inteligentes.
El ciudadano del siglo XXI se ha convertido en un ser perezoso. No
quiere esforzarse en aprender ni quiere responsabilidades y se ha dejado
arrebatar sus derechos fundamentales que tantos siglos de lucha costaron a sus
ancestros.
Aunque algunos ya lo sabíamos, la falsa pandemia ha puesto de
manifiesto el engaño de la democracia. Lo que hoy llamamos democracia no es más
que el gobierno en la sombra de unos oligarcas
plutócratas que practican la estigmatización de las masas. Para ello se
han hecho con los servicios incondicionales de unos políticos corruptos, estúpidos e ignorantes que lo único que buscan es
medrar.
Pero vamos a ver.
¿De verdad crees que Pedro Sánchez, Emmanuel Macron, Justin Trudeau o Joe Biden
son nuestros representantes? Y lo que es aún más ridículo, ¿crees que las empresas
del Ibex-35, S&P 500, Nasdaq o fondos de inversión como BlackRock y
Wanguard Group van a dejar su fortuna y
su futuro en manos de cualquier paleto salido del “populacho” en una elección? ¡DESPIERTA!
Son ellos los que eligen a esas personas, no tú.
A las nuevas generaciones se les ha preparado para razonar, analizar y
buscar información, pero no para pensar. Y, claro está, si te lo dan todo
pensado te arriesgas a que te den gato por liebre. Y como muestra un botón.
El mayor experimento farmacológico realizado sobre la humanidad ha sido
posible gracias a la idiotización de la sociedad. Nunca antes se habían
atrevido a someter a toda la población mundial a una experimentación
médico-genética de tal calado: “vacunas” anti Covid-19 para toda la población
mundial.
El hecho de que la “vacunación” continúe a pesar de su comprobada nula
valía, de los gravísimos efectos secundarios y un claro exceso de mortalidad en
las naciones donde ha habido más “inoculaciones” nos lleva a pensar que
detrás de la “vacunación” -cuasi obligatoria- se esconde un fin perverso. Del
mismo modo, eso de que ningún juez ni fiscal haya intervenido en el abuso de
medidas coercitivas ilegales, y de que todos los que han criticado el programa
de “vacunación” hayan sido calumniados y condenados al ostracismo, son la
prueba irrefutable de que no se trata de un problema de salud, sino de una
conspiración.
Pero ahora explícaselo tú a una sociedad estúpida y amedrentada.
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