sábado, 10 de septiembre de 2022

UNA SOCIEDAD CADA VEZ MÁS ESTÚPIDA

Nunca a lo largo de la historia hemos tenido una sociedad ideal. Lo más que hemos conseguido es ser una sociedad soportable, nada más. Pero cuando las cosas no empiezan bien solo pueden ir a peor. Y en eso estamos.

Una sociedad que no piensa no es una sociedad libre, sino un rebaño fácil de pastorear. En la actualidad, prácticamente la totalidad de la población, incluida la gente que lee libros y estudia carreras universitarias, no piensa. Y lo lamentable, es que no es consciente de que adopta como propios pensamientos que no son suyos, sino de otros.

Llevamos muchas décadas en una dinámica de degeneración constante de la sociedad. Nos hemos convertido en una sociedad perversa que no valora nada. Es una sociedad que confunde lo virtual con lo real, que ha cambiado el ser por el tener, que la verdad le importa un pepino y que lo único que busca es el placer inmediato.

Amén de la inestimable colaboración de los babosos medios de comunicación, vendidos al poder global del dinero, paradójicamente es el sistema educativo el que más está contribuyendo a esta degeneración. El sistema educativo ha sido diseñado para adoctrinar e inculcar ideologías, no para formar. Esto impide que los niños desarrollen su ingenio, su talento y su espíritu crítico y hace que salgan de las aulas convertidos en borregos estúpidos muy fáciles de doblegar.

Los que peinamos canas, o ya no podemos peinarlas porque hemos perdido el pelo, estamos viendo como la mayoría de jóvenes que salen de nuestro sistema educativo prácticamente no saben hablar, leen –si es que leen- con dificultad y casi no son capaces de escribir algo medianamente legible. Y claro está, los gobiernos están encantados porque una población así no ofrece la más mínima resistencia ante el abuso de poder, tal y como estamos viendo últimamente.

Una masa de gente cada vez más cretinizada, que fija su mirada a todas horas en la pequeña pantalla de su móvil (totalitarismo digital) y que desconoce el lenguaje adecuado para efectuar sus pensamientos (sin lenguaje no hay pensamiento), ha dado pie a la deriva totalitaria que estamos padeciendo.

Nos encontramos en una situación extremadamente crítica. Las nuevas generaciones, que cuentan con los mejores medios de toda la historia de la humanidad, albergan una mayoría de individuos cada vez más estúpidos, iletrados e ignorantes. Su coeficiente intelectual, según los últimos estudios, está descendiendo y mucho me temo que no serán capaces de afrontar los importantes retos de los nuevos tiempos.

Verdaderamente los “tíos listos” se lo han montado de fábula. Han creado toda una masa de imbéciles que hacen, dicen y repiten lo que ellos quieren. Les han prohibido pensar y, sobre todo, juzgar. Si algo tienen en común los imbéciles es esa frase tan manida: “quién soy yo para juzgar”. O sea, que tú no juzgas, pero los “tíos listos” si te juzgan. Ya sabes, ellos nos responsabilizan del cambio climático, de las crisis económicas, del deterioro del medio ambiente, etc.

Parece que el acto de juzgar esté prohibido para el “populacho” por mandato divino. Sin embargo, nosotros admiramos y nos parecen más interesantes las personas que juzgan, que no tienen miedo a opinar y, por supuesto, que piensan. Por cierto, solemos llamarles intelectuales.

Decía el historiador inglés Henry Thomas Buckle : “Los hombres y mujeres se clasifican en tres clases o niveles de inteligencia. Se puede distinguir a la clase más baja por su costumbre de hablar siempre de las personas; a la siguiente, porque suele conversar de las cosas, y a la más alta, por su preferencia a debatir sobre las ideas”.

¿Cuántas veces debatimos sobre las ideas con familiares y amigos? Ninguna: elemental, está muy mal visto. ¿Cuántos debates sobre las ideas vemos en los medios de comunicación? Ninguno. Alguno pensará que las tertulias políticas sí son sobre las ideas. Pues no, no lo son, son sobre las personas, puesto que lo único que hacen es descalificarse unos a otros, ya que es lo que espera la masa que sigue esas tertulias que, por supuesto, entra en el primer nivel de inteligencia de Henry Thomas.

Es curioso que ahora todo es inteligente menos nosotros. Tenemos una inteligencia artificial, casas inteligentes, coches inteligentes y se habla de que en un futuro, no muy lejano, las ciudades también serán inteligentes. Aunque mucho me temo que serán cárceles inteligentes.

El ciudadano del siglo XXI se ha convertido en un ser perezoso. No quiere esforzarse en aprender ni quiere responsabilidades y se ha dejado arrebatar sus derechos fundamentales que tantos siglos de lucha costaron a sus ancestros.

Aunque algunos ya lo sabíamos, la falsa pandemia ha puesto de manifiesto el engaño de la democracia. Lo que hoy llamamos democracia no es más que el gobierno en la sombra de unos oligarcas  plutócratas que practican la estigmatización de las masas. Para ello se han hecho con los servicios incondicionales de unos políticos corruptos, estúpidos e ignorantes que lo único que buscan es medrar.

Pero vamos a ver. ¿De verdad crees que Pedro Sánchez, Emmanuel Macron, Justin Trudeau o Joe Biden son nuestros representantes? Y lo que es aún más ridículo, ¿crees que las empresas del Ibex-35, S&P 500, Nasdaq o fondos de inversión como BlackRock y Wanguard Group  van a dejar su fortuna y su futuro en manos de cualquier paleto salido del “populacho” en una elección? ¡DESPIERTA! Son ellos los que eligen a esas personas, no tú.

A las nuevas generaciones se les ha preparado para razonar, analizar y buscar información, pero no para pensar. Y, claro está, si te lo dan todo pensado te arriesgas a que te den gato por liebre. Y como muestra un botón.

El mayor experimento farmacológico realizado sobre la humanidad ha sido posible gracias a la idiotización de la sociedad. Nunca antes se habían atrevido a someter a toda la población mundial a una experimentación médico-genética de tal calado: “vacunas” anti Covid-19 para toda la población mundial.

El hecho de que la “vacunación” continúe a pesar de su comprobada nula valía, de los gravísimos efectos secundarios y un claro exceso de mortalidad en las naciones donde ha habido más “inoculaciones” nos lleva a pensar que detrás de la “vacunación” -cuasi obligatoria- se esconde un fin perverso. Del mismo modo, eso de que ningún juez ni fiscal haya intervenido en el abuso de medidas coercitivas ilegales, y de que todos los que han criticado el programa de “vacunación” hayan sido calumniados y condenados al ostracismo, son la prueba irrefutable de que no se trata de un problema de salud, sino de una conspiración.

Pero ahora explícaselo tú a una sociedad estúpida y amedrentada. 

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