Las dos palabras “mágicas” de moda que
actualmente sirven para todo son sin lugar a dudas “cambio climático”.
Que viene aire caliente del Sahara y suben las
temperaturas; culpa del cambio climático.
Que cae una tormenta veraniega de pedrisco e
inunda Arganda; culpa del cambio climático.
Que un temporal deja una nevada de un metro en
New York; culpa del cambio climático.
Bueno, pues así podríamos seguir
indefinidamente enumerando catástrofes supuestamente consecuencia del cambio
climático.
Olas de calor, tormentas y nevadas ha habido
siempre, al igual que el clima ha cambiado constantemente desde el origen del
planeta. Pero decir que el cambio climático, que evidentemente estamos notando
en los últimos años, es antropogénico, es pura fantasía. Y no digamos relacionarlo
con el aumento de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera.
Todo lo que se cuenta a diario a través de los
medios de información de masas sobre el CO2, el cambio climático y
el calentamiento global, apoyado por la ciencia del estatus quo, es una gran farsa.
El CO2, lejos de ser un peligroso
veneno, es esencial para la vida en la Tierra, ya que, según la ciencia
honesta, es un alimento vital para que las plantas puedan prosperar y ayuda a
revitalizar el planeta.
Durante el Jurásico y el Triásico (donde no
existía industria), el nivel de CO2 en la atmósfera se elevó a
valores superiores a 8000 ppm (partes por millón), lo que supera ampliamente las
400 ppm que tenemos hoy en día. En aquellos tiempos también había vida sobre la
Tierra y no sólo no desapareció, sino que prospero como lo demuestra las
dimensiones de los dinosaurios y que los helechos alcanzasen alturas de más de
20 metros.
El CO2 es un gas menor y sólo
representa el 0.04% de la composición del aire. El principal gas de efecto
invernadero es el vapor de agua, que es diez veces más potente que el CO2
en su efecto invernadero y sin él viviríamos una constante glaciación.
Otra gran mentira difundida por la ciencia del
estatus quo es que la selva amazónica es el pulmón del planeta. Estudios
llevados a cabo al respecto, y reconocidos por la ONU en 2008, revelan que aproximadamente
el 70% del oxígeno presente en la atmósfera hoy en día proviene del fito-plancton,
no de los árboles. Por lo tanto, los océanos son los verdaderos pulmones del
planeta y no los bosques que, por supuesto, también contribuyen aunque en menor
medida.
Es evidente que toda esta sarta de mentiras ha
sido utilizada por el poder con fines económicos y geopolíticos.
Margaret Thatcher fue la primera en utilizar
las implicaciones climáticas del CO2 para lograr fines políticos. De
formación química y abogada, era, por tanto, consciente de la mentira que
estaba propagando sobre el dióxido de carbono.
A mediados de la década de 1980, Thatcher
estaba en guerra con el sindicato del carbón. Mientras se enfrentaba a una
huelga de los mineros británicos, pensó que si difundía la tesis del
calentamiento global, vinculado a las emisiones de CO2, se desharía
del carbón, ya que esa industria había dejado de ser rentable.
La creencia de las masas sobre efecto
invernadero, provocado por las emisiones de CO2 a la atmósfera, proporcionó
a Thatcher un arma definitiva para acabar con el carbón y pasar a la energía
nuclear. Bien es verdad que ni ella misma pudo imaginar la repercusión que su
mentira está teniendo en la actualidad ni los beneficios económicos y
geopolíticos que actualmente reporta a algunos.
De hecho, todo esto del cambio climático no es más
que un montaje para establecer un nuevo tipo de negocio: el negocio del
carbono.
Según los creadores del negocio del carbono, el comercio de carbono
permite a las empresas, organizaciones, o incluso naciones enteras, comprar y
vender "créditos de carbono" con el fin primordial de “supuestamente”
reducir el dióxido de carbono atmosférico. Incluso se ha creado una bolsa para
gestionar los créditos (Bolsa Climática de Chicago). O sea, que si pagas puedes contaminar, y si contaminas y no pagas te
multan y también pagas. Verdaderamente es de genios.
Otra afirmación apocalíptica es la que se
cuenta sobre el aumento del nivel del mar y la desaparición del hielo de los
glaciales.
Los geólogos saben que en los últimos 15000
años hemos tenido períodos cálidos y fríos, por lo tanto, niveles altos y bajos
del mar. Si la temperatura aumenta, obviamente el agua de los océanos sube y
algunos glaciares retroceden. Esto es algo que los océanos y los glaciares han
hecho siempre, y no algo específico de nuestro tiempo.
En la época romana, los glaciares eran mucho
más pequeños que los que conocemos hoy en día. De hecho, Aníbal logró cruzar
los Alpes con sus elefantes porque no encontró hielo en su camino a Roma: hoy no
podría realizar tal hazaña.
No seamos ingenuos. Todo esto de que la
actividad humana está provocando el calentamiento global del planeta con
consecuencias catastróficas, no es más que una patraña para promover, por parte
de los gobiernos, medidas restrictivas.
Una prueba irrefutable de esta gran mentira es
que la élite que ostenta el poder también vive en el mismo planeta que
nosotros, y no veo yo que les preocupe demasiado el cambio climático.
Lo que es incuestionable, es que mentiras de
este calibre no se producirían si la población tuviese una verdadera formación
científica y económica. Sin embargo, hemos sido educados para tener un
razonamiento emocional y no pragmático. Y ya se sabe: una persona con un
razonamiento emocional es mucho más fácil de engañar y manipular.
Si hiciéramos una encuesta sobre el
conocimiento que tiene la gente con respecto al cambio climático antropogénico,
veríamos que muy pocas personas se han tomado el tiempo necesario para obtener
información veraz sobre el impacto real de CO2 en la atmósfera. Lo
que evidencia, por otra parte, que aún menos personas, en general, están
interesadas en la ciencia y la economía: pilares imprescindibles para entender
el mundo en que vivimos y nuestra sociedad.
Esta farsa ha conseguido que creamos que todo el
destrozo que estamos ocasionando al planeta -solo con el fin de amasar más
dinero- sea consecuencia del cambio climático. Pero no es así. Lo que deberíamos
hacer es dejar a un lado esta gran mentira y poner más atención en preservar
nuestro medio ambiente y evitar la sobreexplotación de nuestros recursos, ya
que son los únicos que tenemos.
Es incuestionable que nuestra especie está
condenada a desaparecer, salvo que lleguemos a un grado de conocimiento,
rozando la perfección, que nos permita colonizar otros mundos. Dentro de aproximadamente
7000 millones de años el Sol se convertirá en una gigante roja y engullirá la Tierra.
Eso si no colisionamos antes con un asteroide lo suficientemente grande para
destruirnos, o la erupción de un mega volcán, como el de Yellowstone, que,
según la NASA, podría terminar con la vida sobre la Tierra. Pero realmente lo
que tiene más posibilidades de acabar con nosotros, antes de lo previsto, es la
codicia de algunos y no el CO2 ni el cambio climático.
Para terminar decir que todos los días los
medios de comunicación dan noticias catastróficas relacionadas con el cambio
climático -que se empeñan en hacernos creer que es antropogénico- y que, según
nos dicen, nunca antes se habían producido: carreteras destruidas por la lluvia
y coches arrastrados por la corriente; el mar destrozando playas y paseos
marítimos; barrios enteros de ciudades y pueblos inundados, etc.
Pues bien. Sencillamente no es como nos lo
cuentan.
Lluvias torrenciales, gotas frías y temporales
han existido siempre. La única deferencia es que antes no se llevaban
carreteras ni coches ni paseos marítimos por delante, simplemente porque no
existían. Del mismo modo, las inundaciones tampoco se producían con tanta
frecuencia porque no se construía en barrancos ni en los cauces de ríos.
La población mundial se ha multiplicado por
cinco en los últimos 100 años, con la consiguiente construcción de más
infraestructuras y zonas urbanas. Por lo tanto, si somos más y hemos construido
más, tenemos más posibilidades de sufrir las consecuencias de los fenómenos
naturales que antes se producían en zonas deshabitadas y no eran tenidas en
cuenta.
Definitivamente el CO2 producido
por la actividad humana afecta muy poco al clima del planeta. Por hacer una
comparación, un solo volcán en erupción aporta más CO2 a la
atmósfera que toda la industrial, la ganadera y el transporte juntos. Según el Servicio
Geológico de EEUU (USGS), actualmente en el mundo hay 1500 volcanes activos, en
diferentes fases, de los cuales 20 se encuentran en erupción activa. Y, de
momento, tampoco son una amenaza para el clima.
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