Arthur Robert Firstenberg (licenciado en matemáticas) interrumpió sus
estudios de medicina debido a una enfermedad que atribuyó a la hipersensibilidad
electromagnética provocada al recibir más de 40 radiografías dentales. Los
últimos treinta años de su vida los ha dedicado a investigar los efectos sobre
la salud y el medio ambiente de la radiación electromagnética. A través de sus numerosas
publicaciones ha argumentado que la tecnología inalámbrica es muy peligrosa. Y
lo más preocupante, es que parece no importarle a nadie.
Según Firstenberg, muchas enfermedades neurológicas, cardiacas y vasculares,
además de la obesidad, diabetes, gripe y cáncer, son causadas, en gran parte,
por la contaminación eléctrica asociada a nuestros inventos de “progreso” como
el telégrafo, los tendidos eléctricos, la radio, la televisión, el ordenador,
los teléfonos móviles, los radares, los satélites, el HAARP y un larguísimo
etcétera. También achaca la destrucción de bosques y la acidificación del suelo
a esta contaminación electromagnética.
Cada vez son más los científicos y médicos que están alertando de los
problemas de salud causados por estas nuevas tecnologías sin que, de momento,
los organismos oficiales y la industria les hagan caso.
En el siglo XVIII comenzaron los primeros experimentos sobre las
consecuencias en la salud de la electricidad, habiéndose observado 16 efectos
terapéuticos y 33 no terapéuticos en las personas, animales y plantas. Sin
embargo, ni la ciencia actual ni la medicina, y mucho menos la industria de las
telecomunicaciones, han reconocido la evidencia dañina de esta tecnología,
haciendo caso omiso de esas primeras observaciones.
El cuerpo humano es un campo electromagnético vibratorio, incluida
nuestra mente con sus pensamientos y emociones. La vida se sostiene mediante
una multitud de reacciones químicas que supone un desplazamiento de electrones.
Pues bien. Si esa corriente eléctrica es alterada por campos electromagnéticos,
evidentemente, debe de tener consecuencias.
Esto, que es de sentido común elemental, es ignorado olímpicamente por
la ciencia y la medicina oficiales, empeñadas en asegurar categóricamente que
la electricidad es inocua para el ser humano y el medio ambiente.
Firstenberg habla también de a la envoltura eléctrica de la Tierra,
describiendo las frecuencias y potencias electromagnéticas naturales en las que
debe desarrollarse la vida en condiciones normales. Asegura que el entorno
electromagnético actual de la Tierra no se parece lo más mínimo con el que
había antes de la implantación de las redes eléctricas a gran escala, y que el
entorno electromagnético de la Tierra ha sufrido en seis ocasiones un cambio
cualitativo súbito y profundo, que ha tenido consecuencias en la salud de las
personas y el planeta.
-En 1889 comenzó el despliegue de la red eléctrica. Ello afectó a la
vida en su totalidad y estuvo marcado por la pandemia de gripe de 1889.
-En 1918 llegó la era de la radio y vino acompañada de la pandemia de la
mal llamada gripe española.
-En 1957 la era del radar y la pandemia de gripe asiática.
-En 1968 la llegada de los satélites y la pandemia de gripe de Hong
Kong.
-En 1996 fue el comienzo de la era inalámbrica con la aparición de todo
tipo de patologías nuevas.
-En 2007 la puesta en marcha del proyecto HAARP. Desde entonces huracanes,
inundaciones, sequías, terremotos y todo tipo de fenómenos “naturales” se han
desencadenado por todo el planeta.
Y ahora la pregunta del millón: ¿estos acontecimientos son
casualidades? Porque si no lo son, podríamos llegar a la conclusión -tal y como
afirman algunos- que el Covid-19 lo ha originado el despliegue de las nuevas
antenas 5G.
Si en las últimas décadas hemos aumentado el número considerable de
radiaciones de nuestro entorno, la última locura que se está llevando a cabo
puede dejar a la altura del betún todo lo acontecido hasta el momento.
Ahora mismo es brutal el número de satélites artificiales que orbitan
alrededor de la Tierra. En los últimos cinco años este número se ha quintuplicado,
pasando de 1.000 a 5.000. Pero parece que la cosa no va a quedar ahí, ya que
actualmente hay varias compañías compitiendo por lanzar nuevas flotas de entre 500
y 40.000 satélites cada una.
¿De verdad es buena idea seguir adelante con este “extenuado progreso”
sin pararnos a investigar sus consecuencias? ¿O es que el irresistible brillo
del “vil metal” lo justifica todo?
Después de su arduo trabajo, Firstenberg asegura que todos nos vemos
afectados por esta lluvia invisible que penetra en la estructura de nuestras
células. Esta lenta asfixia origina las principales enfermedades de nuestras
sociedades modernas como el cáncer, la diabetes o las cardiovasculares. Según
él, con independencia de la genética, de mantener una buena alimentación, realizar
ejercicio físico o de llevar un estilo de vida saludable la probabilidad de
contraer estas enfermedades es mayor que hace un siglo y medio y no hay
escapatoria posible.
¿Es esto lo que queremos? ¿Estamos dispuestos a arriesgar nuestra
salud, la de nuestros hijos y la del planeta por tener un puto móvil de última
generación que, además, ha suplantado nuestro cerebro?
Por otro lado, la capacidad tecnológica militar para manipular
artificialmente el clima, así como desencadenar cataclismos geológicos
“naturales” es ya un hecho y solo es puesto en duda por todos aquellos ignorantes
en la materia, que somos la inmensa mayoría, incluido los políticos, naturalmente.
¿A qué esperamos para pedir transparencia en todo lo referente a estas
nuevas tecnologías? ¿A que nos frían?
Si el fundador del FEM, Klaus Schwab, dice que quien domine estas tecnologías -de alguna manera- será el amo del mundo”, debería preocuparnos, ¿no crees?