La civilización occidental se ha
transformado en algo verdaderamente repugnante. Está desbarrando en todos los
sentidos, convirtiéndose en una civilización arrogante y psicópata.
Asistimos en riguroso directo a la
destrucción de la sociedad tal y como la conocemos y a nadie parece importarle.
Cosas como el “lenguaje inclusivo”, para dar cabida a la “ideología de género”,
o el fomento de llamar “delito de odio” a todo aquello que vaya en contra del
pensamiento único se está imponiendo a pasos agigantados.
La gente piensa que decir “niñes” (para
dirigirse a una persona que no se siente ni niño ni niña), “portavoza”, “médica”
o “periodisto” no tiene la menor importancia y hasta se lo toma a broma. Sin
embargo, este nuevo lenguaje es de vital importancia para cambiar la sociedad
de arriba abajo.
El “lenguaje inclusivo” es fundamental para
implementar todas esas nuevas ideologías, con la de género a la cabeza. Parte
de la comunidad LGBTQ+, como personas “transgénero” o “no binarias” (personas
que no se identifican ni como hombre ni como mujer), aseguran que el “lenguaje
inclusivo” es clave para su autoidentificación y su inclusión en la
sociedad. Pero no necesariamente, ya que el lenguaje existente es lo
suficientemente rico, sin tener que deformarlo ni modificarlo, para designar
todo aquello que ellos quieren tergiversar. También dicen que esto puede ayudar
a reducir la discriminación y el estigma hacia las personas “transgénero”, “no
binarias” y de “género diverso”. Permítanme que lo dude.
Las formas lingüísticas tradicionales de
comunicación que tenemos en la actualidad son suficientemente efectivas para
denominar cualquier cosa por muy novedosa y extravagante que sea. Sin embargo, el nuevo “lenguaje inclusivo” puede provocar
tensiones entre aquellos que lo adopten y aquellos que no lo quieran adoptar. Aunque
pensándolo bien, ¿no será que lo que se pretende es precisamente eso, confundir
y dividir a la gente? Lo digo, porque ya se está poniendo la etiqueta de “fascista”
a todo aquel que ha osado criticar esta nueva ocurrencia.
El “lenguaje inclusivo” es un tema
controvertido que ha generado, y sigue generando, debates en muchas partes del
mundo.
Los defensores del “lenguaje inclusivo”
argumentan que este tipo de lenguaje promueve la igualdad de género y reconoce
la existencia de identidades de género diversos. Según ellos, utilizar un
lenguaje que incluya a todas las personas, independientemente de su género,
puede contribuir a una sociedad más igualitaria. Por segunda vez, permítanme
que también lo dude.
Aclaremos de una vez el fraude de los
tropecientos géneros.
Por más que se empeñen los ingenieros
sociales, creadores de la “ideología de género”, sólo existen dos géneros:
masculino y femenino, hombre y mujer o varón y hembra, como cada uno prefiera.
Cuando uno nace varón, absolutamente todas las células de su cuerpo son
masculinas, y lo mismo ocurre cuando se nace hembra que todas las células son
femeninas. Y esto seguirá siendo así hasta el día de nuestra muerte, por muchos
penes que nos implantemos o muchas vaginoplastias que nos hagamos.
Ahora bien. Otra cosa son las inclinaciones
sexuales o la apetencia de cada uno a “disfrazarse” como le venga en gana. Pero
la realidad es -como diría José Mota- “que sepas que ser eres”. ¿El qué? Un
hombre o una mujer. No hay más. Así que, definitivamente, les niñes, los “no
binarios” y los 33 géneros reconocidos por la “comunidad científica”
(oficialista, naturalmente) sencillamente no existen. Así de rotundo. Serán
otra cosa, pero nunca un género.
Es sabido, porque así lo dicen ellos
mismos, que la élite está obsesionada con la sobrepoblación del planeta. Durante
las últimas décadas del siglo XX, se han utilizado procedimientos coercitivos -como
la esterilización, política de un solo hijo, aborto, etc- para intentar reducir
la población sin ningún éxito. Sin embargo, es a partir del memorándum Kissinger-McNamara,
de 1968, cuando se produjo un cambio radical en la política de control
poblacional de Naciones Unidas. Fue entonces cuando se adopto una nueva
estrategia, que consiste en convencer a las mujeres para que sean ellas mismas
las que rechacen “libremente” la maternidad. Y para eso, entre otras cosas, se
concibió la “ideología de género”.
Desde entonces, organizaciones no
gubernamentales como el Consejo de Relaciones Exteriores, el Club Bilderberg, el
Club de Roma, el FEM y algunas más, han implementando en el mundo la “ideología
de género” convirtiéndola en el gran
anticonceptivo mundial, por cierto, con mucho éxito. A modo de ejemplo,
decir que en España la Tasa de Natalidad en el año 1960 fue de 21,7 y en 2022
de 6,9. La
diferencia es sustancial, ¿verdad?
El patético argumento de que ahora los
jóvenes no cuentan con una renta suficiente para plantearse tener hijos es tan
absurdo como las políticas para incentivar la natalidad, que no han sido
capaces ni siquiera de alcanzar la tasa de reposición. No hay más que remitirse
al hecho incuestionable de que los hogares más pobres tienen un promedio de
hijos superior al de los hogares más ricos, por no hablar de la grandísima
diferencia de la natalidad entre países ricos y países pobres. Por lo tanto, no
es cuestión de renta, sino de ideología.
El control hipnótico que las nuevas
tecnologías, la televisión y los medios de comunicación han adquirido sobre
nuestra mente han hecho de nosotros una panda de estúpidos conformistas,
maleables y dóciles a voluntad. De ahí que La “ideología de género” y el “lenguaje
inclusivo” hayan calado tan rápidamente entre los más jóvenes.
En España, el encargado de llevar adelante
este proyecto es el Ministerio de Igualdad, capitaneado por Irene Montero. Y yo
pregunto: ¿de verdad alguien se puede creer que todo esto ha salido de la
cabecita de Irene Montero?
Irene Montero es licenciada en Psicología y
el único trabajo que se le conoce es el de cajera en la cadena de electrónica y
electrodomésticos Saturn. Por lo tanto, no parece ser la persona más
preparada para acometer una tarea como esta.
No seamos ingenuos. En España, como en el resto del mundo, estas directrices están dadas por los de siempre. Irene Montero no es más que otro títere comunista designado para poner en marcha toda esta agenda distópica, cuyo único objetivo es reducir al máximo y en el menor tiempo posible la población mundial. Por lo tanto, no te quepa la menor duda que la “ideología de género” así como el “lenguaje inclusivo” no son más que dos herramientas diseñadas por la ingeniería social para llevar a buen puerto su plan, y nada tienen que ver con la igualdad que, por cierto, nunca les ha importado un carajo.