El domingo 21 de mayo se jugó el partido de la liga española,
correspondiente a la jornada 35, entre el Valencia Club de Fútbol y el Real
Madrid. En ese partido el Real Madrid no se jugaba nada y el Valencia se lo
jugaba todo: la permanencia en primera división. Y cuando digo que se lo jugaba
todo, no me estoy refiriendo únicamente al ámbito deportivo, que también, sino
a la importancia que tiene, económicamente hablando, que una ciudad como
Valencia mantenga uno o dos equipos en primera división.
Según cuentan las crónicas (todos los medios de comunicación no han
parado de dar la vara con el temita), ese domingo saltaron todas las alarmas al
producirse un delito de “racismo intolerable” en el fútbol español. El delito
en cuestión, es que algunos espectadores llamaron “mono” al jugador negro
brasileño del Real Madrid, Vinicius. Insultos inferidos, por otra parte, para
provocar al actualmente mejor jugador del Real Madrid y sacarlo del partido,
como así fue.
Antes de nada quiero aclarar que no trato de justificar nada,
simplemente exponer los hechos y que cada uno juzgue.
Todos los que acuden a eventos deportivos, y a los estadios de fútbol
en particular, saben que los espectadores articulan todo tipo de improperios a
todo aquel que vaya en contra de los intereses de su equipo. Es decir, insultan
sistemáticamente al equipo contrario, al árbitro y a los auxiliares.
Estoy seguro de que lo mismo que se escuchó “mono”, no menos veces se
escuchó decirle al árbitro, a los auxiliares o a otros jugadores del Real
Madrid palabras tan disonantes como “hijo de puta”, “cabrón” y otras “lindezas”
de la misma ralea, muy presentes en cada partido de fútbol.
Con esto no quiero decir que el insulto en el fútbol esté
institucionalizado, pero sí contar lo que hay. Y lo que hay, son unos señores
que cobran un “pasturrón” por dar jodidas patadas a un balón, que desde que
comienzan su carrera saben que los insultos están presentes y forman parte del
“ritual futbolero”. Y también saben que, salvo rarísima excepción, lo que
ocurre en el estadio se queda en el estadio y punto. ¡Es fútbol! Como dicen
ellos mismos.
Hasta aquí todo normal. Bueno, mejor dicho lo habitual. Es decir, lo
que ocurre en cada partido de fútbol en todos los estadios del mundo.
Sin embargo, lo que no es habitual es lo que ocurrió después: los
medios de comunicación, la Federación Española de Fútbol, el Gobierno, los
políticos (por cierto, en plena campaña electoral) y hasta el mismísimo
Presidente de Brasil, Lula da Silva, dramatizando con lo sucedido.
Decir que en el fútbol español hay racismo es la misma estupidez que
decir que el CO2 es el culpable del cambio climático. Pero ya
sabemos lo que ocurre cuando esta gente siembra la voz de alarma, que
automáticamente empiezan las prohibiciones, restricciones y las sanciones.
Los “racistas” que insultaron a Vinicius, con la intención de
desconectarle del partido, son los mismos “racistas” que veneran a Mouriba
Kouroma (defensa), Yunus Musah (centrocampista) Mouctar Diakhavy (defensa) o Cristhian
Ibargen (defensa), todos jugadores negros del Valencia Club de Fútbol.
Entonces, si son racistas, ¿cómo pueden odiar a unos negros y venerar a otros?
Y lo que es aún más extraño: ¿cómo pueden ser seguidores de un club que tienen
jugadores negros en sus filas?
Deberíamos ir pensando que va a significar para nosotros esos “insultos
racistas” a un multimillonario jugador de fútbol, porque no te quepa la menor
duda de que por ahí van los tiros.
De momento ya hemos visto los primeros movimientos: la detención de
unos “cabezas de turco”, a los que quieren aplicarles un delito de odio. ¡Hay
que joderse! O sea, que cuando en televisión constantemente se incitaba al odio
contra los no vacunados, diciendo que se les tenía que hacer la vida imposible
(lo dijo el mismísimo Presidente francés, Emmanuel Macron) y marcarles, como a
los judíos durante el holocausto, para diferenciarles de los vacunados, eso no
era delito de odio, ¿verdad?
Otra medida a tomar, de la que se está hablando, es prohibir la entrada
a los estadios de por vida a cierto tipo de aficionado.
También pretenden endurecer las medidas para acceder a los estadios:
controles biométricos, cacheos indiscriminados y vigilancia extrema.
¿Y cómo acabará esto? Pues que la gente se hartará de tanto control y
preferirá ver los partidos por televisión. Y ese puede ser el objetivo de toda
esta sarta de sandeces racistas, cosa nada descabellada, puesto que durante la
falsa pandemia ya se hizo el experimento de jugar los partidos de fútbol a
puerta cerrada.
¿No te parece que esto guarda relación con lo de vivir en “ciudades 15
minutos” para evitar desplazamientos innecesarios y “salvar el planeta”?
Dicho esto, ahora analicemos si verdaderamente existe el racismo o es
otro invento del poder para dividirnos.
Lo primero que tenemos que preguntarnos es qué es el racismo. Pues
bien. El racismo es el odio, rechazo o exclusión de una persona por su
“raza”. Por lo tanto, para que exista el racismo lo primero que tienen que
existir son diferentes “razas”. Y la pregunta es: ¿estamos seguros de que
existen diferentes “razas”?
El concepto “raza”, tal y como lo conocemos hoy en día, nació a finales
del siglo XVIII en Europa, donde algunos científicos naturalistas, que se
dedicaban a clasificar a las especies animales y vegetales, empezaron también a
clasificar a los seres humanos en “razas” guiados por su apariencia física. Así
fue como se dio origen a las cuatro “razas humanas”: blanca o caucásica, negra
o africana, amarilla o mongólica y roja o amerindia.
La ciencia nos dice que los orígenes del hombre se sitúan en África.
Con el transcurso del tiempo fue migrando a todas las regiones del mundo y,
como es natural, fue adaptándose al medio ambiente, dándose los cambios en el
aspecto físico. Por lo tanto, el aspecto de los seres humanos (lo que llamamos
“razas”) han sido producto de la adaptación a los diferentes entornos
medioambientales, y no a la existencia
de diferentes “razas” de humanos.
La RAE define “raza” como “cada uno de los grupos en que se
subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se
perpetúan por herencia”. Es decir, que las “razas” constituyen grupos
específicos, distintos unos de otros, dentro de algunas especies de seres
vivos. Entonces, de acuerdo con esto cada “raza” estaría definida por una serie
de características biológicas que supuestamente la diferencian de las otras “razas”
de esa especie.
Si hoy sabemos que todos los seres humanos pertenecemos a la especie
Homo Sapiens, y que los 8.000 mil millones de personas que habitamos la Tierra
compartimos el 99,9% de nuestro ADN, la existencia de las “razas”
biológicamente determinadas queda desmontada por completo. De ahí que desde
mediados del siglo pasado diversas disciplinas científicas como la
antropología, la biología o la genética hayan afirmado categóricamente que las
“razas humanas” no existen.
Y ahora la pregunta del millón: si las “razas humanas” no existen, ¿de
qué racismo estamos hablando?
Después de siglos de atrocidades, a estas alturas ya deberíamos saber
que eso que se ha dado en llamar “racismo” verdaderamente es otra cosa, y todos
sabemos lo que es.
Las clases dominantes, con la inestimable colaboración de nuestros
gobiernos, están imponiendo una nueva normalidad. Esa nueva normalidad quiere
cambiarlo todo, y como el ser humano es reacio a los cambios necesita un
empujón. Ese empujón puede venir de una gran crisis económica, una guerra, una
pandemia, un cambio climático o una nueva ideología que nos una a todos en una “noble
causa” como, por ejemplo, ¡No al racismo!
He de decir, en honor a la verdad, que utilizar la triquiñuela del
racismo en el fútbol es una sutil jugada maestra, ya que el fútbol, además de
un gran negocio, es la herramienta por excelencia para la manipulación de las
masas. Por lo tanto, se me antoja que el fenómeno del “racismo en el fútbol
español” no es más que una estrategia política con algún fin oculto. ¿Será que
quieren imponer en España el Black Lives Matter o que nuestros jugadores
hinquen la rodilla en el suelo antes de empezar cada partido como se hace en la
Premier Ligue?
De momento ya tenemos a las cadenas de televisión que emiten el fútbol poniendo al lado del marcador “¡no al racismo!” en vez de la bandera de Ucrania. Lo que venga después, ya lo iremos viendo.