sábado, 28 de diciembre de 2019

LAS COSAS NO SON LO QUE PARECEN


Poner a pensar al “populacho” (quede claro que no lo digo en tono despectivo) en la realidad de cómo funcionan las cosas y cómo se gobierna este mundo no es tarea fácil, ya que el grado de adoctrinamiento, manipulación e imbecilidad que sufrimos ha calado muy hondo en la sociedad.
Los que dirigen, han dirigido y seguirán dirigiendo el destino de miles de millones de personas que, por supuesto, no se enteran de nada, no son los políticos de turno que “el populacho” elige cada 4 años, sino un grupo selecto de gente que pasa inadvertida para el resto de la población.
Todo este Sistema está sostenido en dos grandes mentiras: instituciones y sistema monetario.
Desde que nacemos somos manipulados, adoctrinados y vejados por unas instituciones al mando de unos esbirros que siguen al pie de la letra las consignas del amo. A estos esbirros (políticos, jueces, altos cargos de la administración, etc.) sólo les preocupa medrar y, por supuesto, defender los intereses de la mano que les da de comer, que no es otra que la del poder global del dinero.
A la clase política, “el populacho” -o como a ellos les gusta llamarnos, la ciudadanía- le importamos una mierda (con perdón). Ellos están ahí para legislar a favor de banqueros, multinacionales, fondos buitres y lobbies de todo tipo, pero nunca, repito, nunca a favor nuestro.
Llevamos demasiado tiempo viviendo en una sociedad jerarquizada a la que sólo le interesa mantener los privilegios de la élite que se encuentra en la cúspide de la pirámide. ¿Tú crees que verdaderamente a esta gente le preocupa que haya desahucios, niños pasando hambre, personas mayores con una pensión miserable, inocentes muriendo en sus guerras y, en general, el sufrimiento físico y psíquico  que ocasiona su Sistema a la mayoría de las personas? Pues ya te digo yo que no.
De cómo funciona el sistema monetario y la corrupción endémica existente en las instituciones ni se educa ni se informa al “populacho”
A ver si nos enteramos de una vez, antes de ir a votar, que los grupos de poder existentes dentro del conjunto de las instituciones más “respetables” (Estado, sector financiero, Iglesia, Ejército,…) no pueden ser desactivados así como así gobierne quien gobierne: unas simples elecciones no cambian nada que no sea pequeñas cosas para hacer creer al “populacho” que su voto ha servido para algo.
El verdadero Sistema lo componen organismos, empresas e instituciones que forman un todo. En definitiva, un ente muy complejo y bien estructurado que no se puede desactivar por mucho que votemos y se nos llene la boca de democracia.
En los Estados modernos, existen estructuras y mecanismos para perpetuar los círculos de poder. Cada individuo, de forma consciente o inconsciente, defiende a muerte la posición de poder del conjunto del colectivo y, por supuestísimo, la posición del individuo dentro del colectivo.
Aunque la mayoría de la población nunca se lo ha cuestionado, la verdad es que vivimos en un mundo basado en una serie de creencias absurdas, inculcadas desde la más tierna infancia, que hacen que el Sistema funcione; y vaya si funciona.
En este Sistema, la realidad es que el fraudulento sector financiero y las corruptas administraciones públicas están por encima del bien y del mal. Controlan todo el Sistema, mediante la utilización de “armas silenciosas”, para llevar a cabo lo que podríamos denominar una “guerra sucia tranquila”.
Aclaremos una cosa. Desde la prehistoria el hombre ha estado guerreando y nunca ha parado de hacerlo. Actualmente las guerras modernas no se libran en los campos de batalla, salvo algunas excepciones para mantener en marcha a la todopoderosa industria armamentística.
En el informe de Iron Mountain, sobre la posibilidad y conveniencia de la paz (encargado por Robert S. McNamara, en 1966), se dice lo siguiente:
“En las sociedades democráticas modernas más avanzadas, el sistema de guerra ha brindado a los líderes políticos otra función político-económica de creciente importancia: ha servido como el último gran bastión contra la eliminación de las necesarias clases sociales. A medida que el continuo desarrollo de la automatización se hace más evidente, la diferencia se  agudiza cada vez más entre los trabajadores “superiores” y los “incultos”.
Pues bien. Por muy duro que parezca es la cruda realidad. Por poner un ejemplo, en EEUU solamente 30 millones de personas, de los 300 millones que habitan en ese país, viven en buenas condiciones con trabajos y salarios decentes. El resto lo pasa mal para llegar a fin de mes. Y eso mismo está pasando en todo el mundo. Solo los que tienen una buena formación universitaria (y no todos) o poseen habilidades fuera de lo común tienen garantizada una vida digna.
Hoy estamos inmersos de lleno en la tercera guerra mundial; eso sí, esta vez más sucia y, por supuesto, silenciosa y tranquila. ¿Y qué ocurre en una guerra? Pues que, como decía Paul Valèry, personas que no se conocen se masacran para salvaguardar los intereses de otras personas que sí se conocen pero no se masacran. La diferencia está en que ahora se utilizan “armas silenciosas” como la economía, el cambio climático, la deuda, la educación, la desinformación, la distracción y la manipulación de la realidad.
No lo dudes. Reducir drásticamente la población mundial y hacinarla en grandes ciudades, para ejercer el control absoluto sobre cada individuo, es el objetivo principal de esta nueva guerra sucia, silenciosa y tranquila: ¿te suena de algo lo de la España vaciada, la caída empicada de la natalidad o el problema de agua potable en el tercer mundo?
Una estrategia, cada vez más frecuente dentro de este tipo de guerra, es utilizar a alguien para que meta cizaña y cause división entre la población (ya sabes, divide y vencerás). Es lo que se denomina “revolución de color”, que con tanto éxito se ha aplicado a lo largo y ancho del planeta en los últimos tiempos y que ahora se está llevando a cabo en Cataluña que, aprovechando el culto a ciertas personalidades públicas (políticos presos, que astutamente han canalizado en “conflicto territorial” el cabreo del “populacho” por las políticas neoliberales llevadas a cabo en Cataluña, curiosamente, por los mismos que ahora dicen defenderles de la España que les roba) se ha creado una mayoría de “imbéciles útiles” que, sin saberlo, están siendo utilizados para perjudicar los intereses que ingenuamente creen defender.
Otra, es hacer creer al “populacho” que algo terrible está pasando y que si no se adoptan medidas drásticas urgentes el futuro que nos espera es apocalíptico (léase cambio climático, terrorismo, etc.). De esta manera, todas las normas restrictivas llevadas a cabo -bien sea vía impositiva o mediante la implantación de leyes draconianas- serán aplaudidas por el “populacho” como si de un Dios salvador se tratara, cuando en realidad no son más que medidas en perjuicio de nuestra economía y nuestra ya maltrecha libertad.
Pero la estrategia más importante, y que ingenuamente el “populacho” piensa que son derechos ganados al Sistema, son las famosas ayudas que nos proporciona “Papá Estado”: prestación por desempleo, pensión de jubilación, sanidad y educación pública, dependencia y un número determinado de ayudas a una serie de colectivos.
Pues bien, esto sencillamente es falso de toda falsedad.
Todo lo que supuestamente nos proporciona el Estado no son más que unas pequeñas migajas de lo que nos roba a lo largo de toda nuestra vida: con trabajos bien remunerados y condiciones dignas como las de cualquier ejecutivo no necesitaríamos de esa falsa caridad. ¡Ah! y, por supuesto, los recursos del planeta patrimonio de toda la humanidad y no propiedad de un grupo de oligopolios.
Los verdaderos dueños de este Sistema, que inconscientemente defiende el “populacho”, son las grandes corporaciones internacionales capitaneadas por el poder global del dinero. Ellos son los que toman las decisiones importantes y tienen a su servicio a los políticos para que las lleven a cabo. Nosotros no pintamos nada; no somos nada; somos de su propiedad y, por tanto, hacen de nosotros lo que les da la gana.
Actualmente el objetivo no es otro que el de hundir la economía local y que solo queden grandes corporaciones, ya que una economía local independiente es la base de toda soberanía. Y esto ya está pasando: en cada pueblo o ciudad se incrementan las grandes superficies en detrimento del pequeño comercio que va cerrando sus puertas día tras día.
Definitivamente, el mundo no funciona como nos lo han contado.
Vivimos en una sociedad del sometimiento donde todo está perfectamente regulado y compartimentado. Una sociedad aséptica y dividida donde lo único que nos importa es no abandonar la “zona de confort” de nuestra pequeña burbuja.
Hoy en día ser un individuo libre e independiente es prácticamente imposible, ya que la independencia depende de generar tus propios recursos y pensamientos, y eso ya no existe. Antes, por ejemplo, un viticultor destilaba orujo y lo vendía a granel. Ahora ya no puede, ya que todo ha de venir con su código de barras. Incluso para poner un pequeño negocio necesitas un montón de trámites y permisos o pasar necesariamente por una estructura de cadena corporativa multinacional.
En definitiva, no puedes ni producir ni comprar ni vender nada fuera del circuito establecido por el Sistema. Si lo haces, serás considerado un delincuente y tendrás que atenerte a las consecuencias. Y esto mismo ocurre si tienes un pensamiento crítico propio fuera del pensamiento único establecido que se mete en nuestras casas a diario por esa ventana llamada televisión. Te colocaran una etiqueta de conspiranoico, antisistema, negacionista, extremista u otras lindezas, y ya sabemos lo que eso significa.
Pero lo peor de todo, es que la gente esta imbuida en una imbecilidad tal, que es incapaz de concebir alternativas  al sistema monetario y a las actuales instituciones corruptas de poder que están esclavizando sus vidas.
Como vengo diciendo habitualmente, hoy el mundo está en manos de unos tíos listos que se han hecho con todos los recursos del planeta. Les han puesto un precio monetario (sistema monetario que controlan ellos) y ahora nosotros tenemos que esclavizarnos de por vida para conseguir dinero -de su sistema monetario- que nos permita tener acceso a esos recursos que nos proporciona gratis la naturaleza. Es de genios, la verdad.
Lo paradójico es que no hacemos más que quejamos y, sin embargo, no nos enteramos de que somos nosotros mismos los que votando a unos políticos que nunca han hecho nada por nosotros, aceptando de buen grado un sinfín de normas estúpidas y practicando un consumo exacerbado alimentamos el Sistema.
¿De verdad que no lo podemos hacer mejor?
Decía Víctor Manuel en una de sus canciones: “paren al mundo que yo me bajo”. Evidentemente es una utopía, ya que si hubiese la posibilidad de bajarse de este mundo no creo que quedase mucha gente sin apearse.
Todo lo que estamos viendo: terrorismo, cambio climático, políticas de igualdad de género, movimiento LGTBI, ecologistas, independentismo, feministas, ONGs, corrupción y un sinfín de nuevas formas de manipulación, no son más que el resultado de una estrategia llevada a cabo por el poder global del dinero que consiste en algo tan sencillo como esto: problema-reacción-solución. Es decir, ellos crean el problema, nosotros reaccionamos, y de nuevo ellos nos ofrecen la solución que nosotros mismos hemos demandado. ¡Brillante! Sí señor. Y es de esta manera como con nuestro consentimiento y nuestra más estrecha colaboración nos van llevando hacia donde ellos quieren: a ese “mundo feliz” que describe Aldous Huxley en su novela, publicada en 1932, donde el sumiso “populacho” está totalmente aniquilado mentalmente y es dominado sin ninguna dificultad por el poder.
Terminaré diciendo que nos guste o no, seamos conscientes de ello o tampoco, el Sistema colapsará puesto que es insostenible. Y ellos lo saben. La incógnita es lo que vendrá después. Pero mucho me temo que en esta nueva etapa de “evolución social” gran parte del “populacho” está llamado a desaparecer.
El periodista Luis Mariñas concluía siempre su informativo con esta frase: “Así son las cosas y así se las hemos contado". Pues eso. Ahora que cada uno reflexione y saque sus conclusiones.

domingo, 8 de diciembre de 2019

REVERTIR EL CAMBIO CLIMÁTICO


¿Pero alguien se ha tomado en serio la tontería esa de que nosotros vamos a revertir el cambio climático?
¿De verdad la gente cree que eso va en serio?
Hace unos días un amigo me envió un “meme”, de esos que circulan por WhatsApp, con el siguiente mensaje:
30 de marzo, la hora del planeta: apagamos las luces durante una hora para acabar con el cambio climático. 23 de noviembre: encendemos tropecientos mil millones de luces durante dos meses para festejar la Navidad.”
¿Esto como se come? O sea, que los mismos que nos dicen que hay que hacer un consumo responsable, para acabar con el cambio climático, son los que derrochan a diestro y siniestro. Y, para más inri, algunos alardean de “quién la tiene más grande”, compitiendo con otros iluminados –nunca mejor dicho- a ver cómo adornan su ciudad con más luces en Navidad, como el alcalde de Vigo.
Que el clima ha cambiado en los últimos 50 años es más que evidente, pero no más que en otras épocas.
Según los científicos expertos en el cambio climático del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU), si seguimos sin hacer nada para remediarlo en tres décadas el fenómeno será irreversible y auguran catástrofes sin precedentes.
Antes de nada, aclaremos que el IPCC es un cuerpo político que emplea científicos para hacer un informe, de manera que, evidentemente, son los políticos los que tienen la última palabra sobre lo que debe incluir o no el correspondiente informe. Además, están en juego los intereses económicos de los científicos contratados y subvencionados.
Hay dos posturas enfrentadas sobre las causas del cambio climático de las últimas décadas: una natural y la otra provocada por la actividad del hombre.
Contemplemos ahora los dos supuestos sobre el cambio climático para ver cuál es más coherente.
Primero: El clima está cambiando de una forma natural.
Los que defienden esta opción se fundamentan en que los océanos contienen 37.400 GT de CO2; la biomasa terrestre entre 2.000 y 3.000 GT; la atmósfera unos 720 mil millones de toneladas y los humanos aportamos 6 GT de carga adicional. Por otra parte, la atmósfera, los océanos y la tierra intercambian CO2 continuamente, por lo que la carga adicional de los humanos es  muy pequeña en relación a las otras y, por tanto, no tiene prácticamente incidencia en el aumento de CO2 en la atmósfera. Sin embargo, un pequeño cambio en el equilibrio entre los océanos y el aire causaría un aumento de CO2 mucho más severo que cualquiera que pudiéramos producir nosotros. 
Para aquel que no lo sepa, las emisiones naturales de CO2 (del océano y la vegetación) se compensan con los sumideros naturales (de nuevo por los océanos y la vegetación). Las plantas terrestres absorben unas 450 GT de CO2 al año y los océanos absorben unas 338 GT. Esto mantiene los niveles atmosféricos de CO2 en un equilibro aproximado. Y, naturalmente, las emisiones humanas de CO2 que alteran ese equilibrio natural, también son absorbidas en gran parte por los sumideros naturales.
En resumen, pudiera ser que el aumento de CO2 en la atmósfera estuviera producido por un desequilibrio del intercambio de CO2 entre los océanos, la tierra y la atmósfera, aunque realmente no lo sabemos. Pero lo que si se ha comprobado, es que el aumento del CO2 en la atmósfera no es la causa de la subida de la temperatura, sino el efecto, ya que siempre se ha producido primero el ascenso de la temperatura y luego el aumento del CO2 en la atmósfera.
Segundo: El cambio climático es consecuencia de la actividad humana.
Como es lógico, y después del despliegue mediático a favor de esta postura, la mayoría de la población cree que el cambio climático es antopogénico.
¿Y en qué se fundamentan? Pues en los informes del IPCC, que dicen que la actual tendencia de calentamiento global es de particular importancia, porque la mayor parte de ella es muy probable (más de un 95% de probabilidades) que sea el resultado de la actividad humana que, desde mediados del siglo XX, está creciendo a un ritmo que no tiene precedentes en las últimas décadas y milenios.
Pues bien. Esto sencillamente no es cierto.
Calentamientos globales han existido siempre y en los últimos 10.000 años ha habido varios más cálidos y de mucha más duración:
Entre los años 800 y 1300 (donde no había industria) se produjo un calentamiento global muy superior al actual que fue llamado “óptimo climático”. Fue la época donde se construyeron los castillos y las catedrales más grandes. En esta época los vikingos colonizaron Groenlandia durante más de 100 años. Allí tenían viñedos, ganado y bosques. En este periodo la humanidad prosperó como nunca antes, y todo se acabo cuando llegó la mini Edad de Hielo.
Hubo otros periodos cálidos anteriores a este, entre ellos: en el tiempo de los romanos; en la época de los egipcios; al final de la era del bronce (800 años a.d.c.) y entre 5.000 y 7.000 años atrás.
En todos estos periodos la humanidad prosperó como nunca antes lo había hecho y el aumento de la temperatura fue muy beneficioso para el planeta, los animales, las plantas y el ser humano en particular.
Nos venden que el aumento global de la temperatura en el planeta de entre 1 ó 2 grados va a ser catastrófico, y no es verdad. Al contrario, sería bueno para la vida animal y las plantas (el frío mata cien veces más que el calor).
Ahora bien. Esta gente, empeñada en hacernos creer las consecuencias apocalípticas del aumento del CO2 en la atmósfera, engloba todo en el concepto de cambio climático, y eso no es así.
¿Que tenemos que proteger el medioambiente? Evidentemente. ¿Que es urgente hacer respirable el aire de nuestras ciudades? También. ¿Que debemos hacer un uso racional de los recursos? Por supuesto. Pero esto nada o muy poco tiene que ver con el clima.
Esta farsa del cambio climático para lo único que va a servir es para justificar medidas que serán traducidas en impuestos y regulaciones estrictas. Y lo más importante. Serán muy duras y contarán con nuestro más absoluto apoyo y consentimiento. Y todo en aras a una manipulación de la realidad como ya ha ocurrido en tantas ocasiones como, por ejemplo, la utilización del terrorismo para implementar unas medidas de control severas y convertir el mundo en un estado policial con la escusa de que es por nuestra seguridad.
Bueno, pues dicho esto, ahora tendríamos que ver que vamos a hacer y cómo lo vamos a hacer.
Lo primero que tenemos que plantearnos es qué tipo de vida queremos llevar, y a qué estamos dispuestos a renunciar. Porque, como decía Esperanza Aguirre, el gratis total no existe: una cosa es predicar y otra muy diferente dar trigo.
Seamos serios. El petróleo y todos sus derivados han hecho posible el desarrollo sin precedentes de la humanidad en los últimos 100 años. Sin el petróleo, ese desarrollo nunca se hubiera producido. Por otra parte, los automóviles, ordenadores, teléfonos móviles, electrodomésticos, plástico y un sinfín de productos, que nos hacen la vida más agradable, no salen de la nada. Salen de la naturaleza y luego hay que manufacturarlos. Y, ciertamente, eso conlleva un coste medioambiental. Ahora bien, deberíamos calibrar en su justa medida los pros y los contras.
Pondré un ejemplo.
Hace cinco años tuve un accidente de moto y me rompí la tibia y los cinco metatarsianos. Pues bien, el traumatólogo me dijo que tenía que realizarme una intervención muy agresiva que consistía en llenarme la pierna y el pie de hierros y tornillos. La otra alternativa era quedarme cojo de por vida. Evidentemente, elegí –y creo que con buen criterio- la primera opción.
Pues bien, eso mismo es lo que deberíamos sopesar, con respecto al impacto medioambiental, para tener un desarrollo sostenible.
Todos esos que piden a los gobiernos, ingenuamente, medidas contra el cambio climático no son conscientes de lo que eso significa. A esos jóvenes, seguidores de Greta, habría que preguntarles si están dispuestos a renunciar, por ejemplo, a su teléfono móvil, ya que en la elaboración de un teléfono móvil intervienen un montón de industrias contaminantes como la minería, electrónica, transporte y un largo etcétera. ¿No sería más razonable no renunciar al móvil y hacerlo más eficiente y duradero para no tener que cambiarlo cada 3 ó 4 años?
Desechando para siempre la obsolescencia programada y el lucro, la mitad de los problemas medioambientales desaparecerían de un plumazo. Pero por muchas medidas que se tomen, si no quitamos el dinero de la ecuación, jamás conseguiremos nada, ya que la corrupción es intrínseca al dinero.
¿Que las cosas se pueden hacer mejor? Evidentemente. Y de eso se trata. Pero somos nosotros y no los gobiernos (sabemos todos para quien gobiernan) los que con nuestro consumo responsable tenemos que cambiar las cosas, y no a base de impuestos y restricciones que, además, solo recaen sobre el “populacho” ya que las clases adineradas ni pagan impuestos ni están sometidas a restricciones.
Como ocurre siempre, en este Sistema nada es llevado a cabo si no hay dinero de por medio. Así que, seguir el rastro del dinero suele conducir a la verdad.
Estoy convencido de que países como Sudán, Burundi, Mozambique o Madagascar quisieran ser como Finlandia, Austria, Singapur o Suiza, pero me temo que no lo van a conseguir, ya que los impuestos y restricciones al carbono no se lo van a permitir.
El negocio más lucrativo del mundo (ya que no paga impuestos) es el relacionado con las drogas, que mueve en el mundo más de 650 mil millones de dólares al año. Pues agárrense. El negocio del carbono (léase cambio climático) mueve el doble, 1,3 billones de dólares al año y subiendo.
Hay tantos intereses puestos en juego en la farsa del cambio climático que no es de extrañar la repercusión mediática que suscita. Esto no quita que dentro de las medidas a tomar algunas vayan en la dirección correcta y colaboren a descontaminar el planeta. Pero el clima hará lo que ha hecho siempre: cambiar, nos guste o no nos guste.