La tecnología es una herramienta fantástica en
manos de personas lúcidas, inteligentes y equilibradas (de las que precisamente
no abundan).
Uno de los grandes errores, que hemos
cometiendo en la actualidad, es haber dejado que todos estos medios
tecnológicos se hayan convertido en los dueños de nuestras vidas, dado que, como
estamos viendo, no somos capaces de vivir sin ellos y ni sabemos ni podemos
renunciar a ellos. Por lo tanto, están trastocando todo tipo de relaciones
humanas y me atrevería a decir que hasta nuestra propia existencia.
Vivimos en una época de transición de una
sociedad industrial hacia una sociedad tecnológica. Evidentemente este proceso
ya ha empezado. En buena lógica, debería llevarnos hacia una sociedad más
libres, más justa y procurarnos una vida más agradable. Pero ¡qué va!
Paradójicamente está sucediendo todo lo contrario.
¿Por qué? Pues porque la sociedad actual no
está preparada para sacarle partido a las nuevas tecnologías. Esto es debido a
que la mayoría de la población se encuentra sumida en un estado de letargo
intelectual, inducido por la paupérrima educación que recibe, más la
podredumbre que absorbe diariamente de la todopoderosa industria “más-media”.
Las nuevas herramientas tecnológicas a nuestro
alcance se han convirtiendo en “armas de destrucción masiva” que están acabando
con nuestra capacidad de pensar, con nuestra libertad individual y nuestra
personalidad.
Siento decirlo, pero estas nuevas tecnologías
en vez de hacernos más listos nos están haciendo más tontos. Son una pesadilla,
un monitoreo continuo de cada uno de nosotros, disfrazado de progreso
tecnológico que supuestamente está lleno de ventajas. Y lo terrible, es que
somos nosotros mismos los que voluntariamente nos hemos encadenado a ellas.
Dentro de estas nuevas tecnologías se
encuentran las redes sociales, las cuales, nacieron para mejorar la
comunicación, a la vez que para procurar el enriquecimiento mutuo de las
personas que, a través de ellas, pueden compartir conocimientos, intercambiar ideas,
inventos, etc. Pero esto ha sido así sólo para una minoría. La mayoría; o sea,
la masa, ha desvirtuado las redes sociales haciendo un uso de ellas irracional
y patético.
Tenemos montones de ejemplos.
Todos los días circulan a través de nuestros
teléfonos móviles multitud de estúpidos (y algunos no tan estúpidos) “memes”,
que reenviamos, como monitos de repetición, sin pararnos a pensar por qué lo
hacemos.
Más preocupante aun es enviar a través las
redes, a diestro y siniestro, fotos y vídeos de nuestros pequeños, con el
riesgo que conlleva: una vez que las fotos están en la red pueden ser utilizadas
por millones de personas para usurpar la identidad del protagonista; para
realizar secuestros; utilizar las imágenes para acometer acoso y chantaje, o
simplemente manipular la foto para terminar en un portal pedófilo.
La mayoría de nosotros, cuando salimos de
viaje, dejamos la casa cerrada con llave y seguramente cortado el suministro de
luz, agua y gas. Probablemente, si no hiciéramos ninguna de estas cosas no
pasaría nada. Sin embargo, tomamos precauciones, por si acaso, no dando
facilidades a que algo ocurra. Entonces, yo me pregunto: ¿Por qué tomar riesgos
innecesarios con nuestros pequeños?
Otra de las imbecilidades puestas de moda, a
través de las redes sociales, es la imitación viral de comportamientos. Ahora
todo es repetir e imitar a los demás, y cuanto más imites el comportamiento de
esas personas, a las que idolatras, mejor:
Si un descerebrado hace “balconin” y lo cuelga
en la Red, inmediatamente dos mil idiotas imitan su comportamiento y hacen
“balconin” también.
Que un grupo de futbolistas, poco instruidos,
se tatúa el cuerpo y se pone pendientes, pues millones de estúpidos se tatúan
el cuerpo y se ponen pendientes.
¿Y qué decir de las idílicas vacaciones? La
gente llena las redes sociales de lindas fotos y vídeos estupendos de supuestos
paraísos. Y claro está, cuando esto le llega al populacho, adiós paraíso: el
lugar se masifica y es literalmente arrasado por la masa de zombis.
Voy a poner un ejemplo claro de esto último.
Probablemente ya no hay ningún españolito, que
vea televisión y utilice las redes sociales, que no haya oído hablar de la
Playa de las Catedrales.
Pues bien. Lo que llaman Playa de las
Catedrales no es tal; es decir, no es una playa. Es simplemente una zona de
acantilado del litoral (por cierto, como todo el litoral cantábrico), de la
Mariña Lucense, que cuando baja la marea se puede pasear por él.
Históricamente, nunca los lugareños han hecho uso de esta “playa”; es más,
nunca le hicieron ni puñetero caso; o sea, que allí no iba nadie, ni paisanos
del lugar ni turistas. Pero llegaron la televisión y las redes sociales y lo
cambiaron todo.
Cuando nacieron las cadenas privadas de
televisión, una de ellas, Antena 3, en la cabecera de sus telediarios incluía
imágenes de esta “playa”. Sólo se le ocurrió a Olga Viza (presentadora de las
noticias en aquel tiempo) decir que ese paraje se encontraba en la Mariña
Lucense. Desde entonces el turismo ha ido creciendo de una manera exponencial
hasta llegar al momento actual. Ahora para visitar dicha “playa” es necesario
solicitar el correspondiente permiso, con meses de antelación, ya que
actualmente el acceso está restringido. Ni que decir tiene que el “idílico
lugar” ha perdido todo su encanto, pues es como si te encontraras en la Gran
Vía madrileña en plena hora punta.
Es lamentable que esto sea así, pero, bajo mi
punto de vista, la tecnología ha homogeneizado a escala mundial la imbecilidad.
Es un proceso enfermizo que se repite constantemente a todas las escalas.
Por otra parte, de todos es sabido que existe
una élite que decide los designios del mundo. Pues bien, esa élite está
convencida de que sobra el 80% de la población. Según ellos, ese 80% es
irrelevante y no aporta nada a la sociedad. Para ellos únicamente hacen ruido,
ensucian mucho y contaminan y deterioran el medio ambiente. Son un porcentaje
de sumisos trabajadores-consumidores, sin talento, que ya no hacen ninguna
falta. Así que piensan que el planeta estaría mejor sin ellos.
Y digo yo. Ante semejante disparate, insulto y
provocación: ¿cuál ha sido la respuesta? Pues parece que la respuesta ha sido: ninguna.
Es decir, la masa de zombis no tiene capacidad de reacción. Y no tiene
capacidad de reacción, porque la cantidad de información que recibimos, a
través de estas tecnologías, ha cumplido su función, que no es otra que la de
saturar nuestro cerebro a la hora de procesar y evaluar la información, para
convertirnos en verdaderos zombis.
¡Joder! ¡A ver si la élite va a tener razón!
Parece que la estupidez se ha convertido en bandera
de toda una sociedad de zombis.
Tal y como se están produciendo los
acontecimientos, no tengo la más remota idea de hacia qué tipo de mundo nos
dirigimos. Pero lo que está sucediendo, amén de ser patético, debería
avergonzarnos a todos.
Jamás, repito, jamás en la historia de la
humanidad hemos dispuesto de unas herramientas tecnológicas que pueden
solucionar, de una vez por todas, problemas tales como el hambre y la pobreza,
por poner sólo un ejemplo. Sin embargo, las personas preparadas que podrían
sacarle partido a estas tecnologías sólo están interesadas en lucrarse. El
resto, las utilizamos casi de una manera exclusiva para acentuar nuestra
imbecilidad que, por cierto, es mucha. Es como para echarse a llorar.
Pero no hay mal que por bien no venga. Y es
que ahora, gracias a estas nuevas tecnologías, algunos nos hemos dado cuenta de
que nuestra estupidez es supina y nuestra ignorancia también, solo que, precisamente
de ignorantes que somos, no lo sabemos.
La mayoría de nosotros nos empeñamos en cerrar
los ojos, o mirar hacia otro lado, para no afrontar lo que está sucediendo. Pero
la realidad está ahí. Y si no hacemos nada para remediarlo, este tipo de
comportamiento acabará con nosotros. Lo que sucederá, es que dejaremos de
comportarnos como seres humanos para convertirnos en “otra cosa”. Y es seguro
que esa “otra cosa” a mucha gente no le gustará.