Hoy en día, en todas las economías del mundo,
el dinero es buscado única y exclusivamente por el dinero y nada más. No se
busca un bien social; o sea, que el fin principal que persigue la economía a
nivel mundial es hacer más dinero, sin importar en absoluto cómo afecte esto a
las personas.
En la sociedad de hoy en día rara vez escuchamos
a alguien hablar sobre la prosperidad de un país en función del bienestar
físico de las personas, estado de felicidad, confianza de la población o
estabilidad y paz social. Al contrario. Un país mide su estado de bienestar y
prosperidad en función de ciertos ratios económicos, como puede ser su PIB
(producto interior bruto), su IPC (índice de precios al consumo), el estado de
su mercado bursátil, etc., y no por el bienestar de su población. Es más. La
misma población mide su estado de felicidad en función de las cosas materiales
que posee.
Se dice de un país que tiene buena calidad de
vida, por ejemplo, si crece al 4% -es decir, que su PIB aumenta ese porcentaje
cada año- ya que se asemeja esta medida
al nivel y calidad de vida de un país. Bueno, pues no es verdad.
Imaginemos que la industria sanitaria aporta
el 20% al PIB de ese país y que los servicios de seguridad privada aportan otro
5%. Esto le irá muy bien al PIB pero no a sus ciudadanos, puesto que deben
estar muy enfermos y viviendo con gran desasosiego, cuando gastan tanto en
sanidad y seguridad. Y eso no es, bajo mi punto de vista, tener calidad de
vida. Si además, el siguiente año, estas industrias aumentasen su aportación un
25% y 10% respectivamente, los economistas estarían muy contentos porque ha aumentado
el PIB. Sin embargo, ese ratio demostraría que sus ciudadanos estarían aun peor
que el año anterior.
Nos estamos enfrentando a un tipo de engaño
estructural, el cual se está volviendo cada vez más letal para las personas, y
debemos tratar de cambiarlo, antes de que sea demasiado tarde, pues está claro
que es un trastorno del propio sistema.
Este sistema, para perpetuarse y
retroalimentarse, debe producir problemas para después buscar soluciones y así
generar ganancias. En el paradigma actual no hay beneficios económicos por
salvar vidas o por tener justicia y paz o por crear energía gratuita e
ilimitada para todos. Simplemente no hay ganancias en eso y, si no hay
ganancias, pues ya se sabe, jamás se acometerán estás tareas.
Lo que este paradigma económico demanda, o lo
que es lo mismo, lo que mantiene nuestro sistema económico en movimiento, no es
otra cosa que el consumo, o siendo más precisos, el consumo cíclico (tú
no compras una lavadora para toda la vida, sino que compras una cada 5 u 8
años. Lo mismo ocurre con un coche, televisor, ordenador, reloj, etc.)
Debido a este consumo cíclico se está
produciendo un despilfarro de recursos sin precedentes, dado que el sistema
necesita de la obsolescencia programada para seguir funcionando y a consecuencia
de ello estamos acabando con los recursos del planeta –que no olvidemos son limitados-
y deteriorando el medio ambiente a pasos
agigantados.
El petróleo, el oro, el hierro, los diamantes,
el volframio, el coltan -y así podríamos hacer una lista infinita de recursos-
tardaron millones de años en crearse, y el sistema económico lo que está
haciendo es promover deliberadamente la aceleración del consumo por el bien del
supuesto crecimiento económico. Y esto sencillamente es una locura, además de
llevarnos inevitablemente hacia nuestra propia autodestrucción.
Este sistema no es para nada eficiente puesto
que despilfarra a diestro y siniestro los recursos finitos del planeta. Para
ser eficiente debería tener ausencia de despilfarro y desperdicio.
Acaban –afortunadamente- de pasar las fiestas
de Navidad, donde año tras año el consumo es exacerbado y la gente intercambia
una cantidad enorme de productos -que en la mayoría de los casos no sirven
absolutamente para nada- simplemente porque la sociedad de consumo lo ha
programado así.
Y qué decir de los niños. Ellos reciben
cantidad ingente de regalos (que en la mayoría de los casos no les interesan
para nada) con el único propósito de programarles como futuros consumidores.
Pero lo patético del caso es que son sus
propios progenitores los que, sin saberlo, están colaborando a esta
programación.
La economía actual está obligada a crecer
continuamente para poder funcionar. Este crecimiento ha podido producirse hasta
ahora debido a que hemos vivido un periodo de escasez. Escasez que, por otra
parte, ya no deberíamos tener gracias a la tecnología, por lo tanto, no podemos
seguir creciendo indefinidamente, más aun cuando, para crecer, dependemos del
despilfarro de los recursos limitados del planeta.
Estamos llegando a un punto en el que no hay
manera de mantener el crecimiento, dado que no hay recursos ni energía
suficiente que lo sustente. Para dentro de 50 años no se pueden producir, por
ejemplo, trescientas mil veces más bienes y servicios de los que se producen
ahora simplemente para que la economía vaya bien y crezca el PIB.
Tampoco se va a poder devolver el dinero
prestado, pues para dentro de 50 años la deuda será, no enorme, que ya lo es
ahora, sino descomunal. Y todo esto debido
al consumo por el consumo, para mantener la economía en crecimiento y
nada más.
O acabamos de una vez por todas con este
sistema basado en el perpetuo consumo o este sistema acaba con nosotros.
Luego, claro está, tenemos el “plan B”. Sí,
ese que han diseñado las élites para reducir la población mundial. Ellos creen
que esa es una buena solución, pero si no se cambia el paradigma económico
tampoco una reducción de la población mundial arreglará nada. Seguiremos
despilfarrando y encaminados hacia nuestra propia autodestrucción, aunque al
ser menos población esto se retrasará algunos años, pero nada más.
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