En el mundo actual
se dan una serie de paradojas que, en mi opinión, deberíamos “hacérnoslo mirar”.
Vivimos en una
sociedad en la que, en algunos casos, podríamos considerar invertida; es decir,
lo que tendría que estar arriba o por delante está justo abajo o por detrás y
viceversa.
Este sistema -hecho
a la medida de unos pocos tíos listos para engañar a muchos tontos- se ha
concebido mediante una serie de “estructuras invertidas” que desafían toda
lógica y que, además, se extienden a muchos ámbitos de nuestra vida. Eso sí:
todo por “la pasta”.
Veamos algunos claros
ejemplos de este “mundo al revés”.
Existe un hecho a nivel
mundial de una hipocresía colosal. Cada año, las partidas de los Presupuestos
Generales del Estado dedicadas a armamento en aras a mantener la paz (este año
en España más de 30 mil millones de euros) no paran de crecer. Y digo yo, curioso
que los países se armen para la paz cuando lo lógico sería desarmarse, ¿verdad?
Por muchas milongas que nos cuenten, la realidad es que los países se arman
para la guerra y no para la paz. La guerra es un gran negocio, como lo
demuestra el gráfico de abajo donde se puede ver que medio mundo está en
conflicto permanente (fuente Wikipedia)
Otro gran ejemplo
de este “mundo al revés” es algo que por cotidiano no deja de ser patético. Me
estoy refiriendo a la sanidad. Hablo de
que tanto los médicos como la industria farmacéutica “hacen su agosto” con la
enfermedad. Porque vamos a ver, lo lógico debería ser justo al contrario; es
decir, obtener una recompensa económica por mantener a la población sana, no
enferma. No hay que ser precisamente una “lumbrera” para darse cuenta de que si
su negocio está en la enfermedad jamás les interesará que la gente esté sana,
¿o no?
¿Y qué pasa con el
papel que desempeñan los políticos electos con respecto a nosotros en las
actuales democracias?
Los políticos se
han convertido en “nuestros jefes”, así de claro. Pero digo yo, ¿esto no
debería ser al contrario? Si son elegidos por nosotros para ser nuestros
representantes no deberían ser nuestros jefes, sino nuestros empleados. Porque
¡señores! Si al final terminan haciendo lo que les da la gana, no tiene ningún
sentido votar para elegirles democráticamente como nuestros representantes.
En esta “sociedad
invertida” son los partidos políticos los que diseñan los programas electorales
que, por cierto, incumplen sistemáticamente y que después nos imponen a
nosotros. Pues bien, no debería ser así.
Nosotros somos los
que tendríamos que confeccionar los programas. Por ejemplo, un programa en el
que se garantizase el pleno empleo o una renta básica universal; que las
pensiones y los salarios nunca fueran inferiores a una media ponderada de calidad
de vida; que acometiese una red de infraestructuras acorde a nuestras
necesidades, desarrollando planes de I+D+I, energéticos, hidrológicos asumibles
y sostenibles y, por supuesto, que incluyera prestación sanitaria universal y
educación gratuita de calidad. En definitiva, un programa que garantizase un
reparto más equitativo de la riqueza e hiciera la vida más agradable a las
personas.
Una vez confeccionado,
se sacaría a concurso para que se presente todo aquel que tenga la certeza y la
capacidad de llevarlo a cabo. Y no me refiero necesaria y exclusivamente a partidos
políticos, sino que podría acudir al concurso cualquier tipo de empresa, asociación
particular u organización privada. Ni que decir tiene que el adjudicatario
cobraría un precio justo por sus servicios, a la vez que debería actuar con
total transparencia, siendo controlado en todo momento por nosotros.
Para que nos
hagamos una idea, sería el mismo procedimiento que se utiliza para la
realización de una obra pública. En una obra pública, es la Administración la
que redacta el pliego de condiciones que las empresas concursantes tienen la
obligación de acatar y cumplir escrupulosamente sin rechistar. Por supuesto, la
obra se realiza en las condiciones, plazos y presupuesto estipulados por la
Administración o de lo contrario la empresa adjudicataria será sancionada.
Bueno, pues si esto
funciona para todo tipo de contratos, ¿por qué no va a funcionar para
administrar un Estado?
Por último, decir
que este sistema está creando cada día más desigualdad. Lo lógico sería que la nueva y
maravillosa tecnología que disponemos hoy en día sirviera para crear una
humanidad más igualitaria, justa, unida y avanzada. Pero no está siendo así.
Recientes estudios sociales indican justo todo lo contrario; es decir, que la
tecnología no llega a las clases populares y además se ha convertido en un
instrumento de poder al servicio de las élites con la que manipular y controlar
al resto de la población.
En resumen. Si en
este “mundo al revés” los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez
más pobres, está claro que algo estamos haciendo rematadamente mal.
Ya deberíamos tener
la suficiente madurez para saber que la causa de todos nuestros males no es
otra que el dinero, capitaneado por la deuda.
Cada día se hace
más evidente que las personas, los estados y los gobiernos están secuestrados
por la deuda, y mientras no arreglemos ese problema nada cambiará.
La deuda se ha
convertido en la nueva esclavitud de los pueblos. Cuanta más deuda más esclavitud.
A estas alturas ya nadie duda de que una hipoteca te puede tener esclavizado de
por vida. Por otro lado, los estados nación se han ido a la mierda (con perdón)
a consecuencia de la deuda, ya que la deuda pública es un dinero prestado a
fondo perdido, a sabiendas que nunca se va a devolver, a cambio, eso sí, de la
soberanía de los estados.
Deberíamos recordar las
palabras que pronunció en su día Mayer Amschel Bauer Rothschild (1744-1812),
para darnos cuenta de lo que ha ocurrido:”dadme
el control del dinero y no me importará quien haga las leyes”
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