La idea de que la democracia ha traído el progreso a la humanidad es
rigurosamente falsa. Quien verdaderamente ha traído el progreso ha sido la
ciencia y la tecnología. Sin embargo, dependiendo de cómo se utilicen estas dos
fabulosas herramientas pueden llegar a hacer la vida de las personas
infinitamente más fácil o bien esclavizarlas, anularlas e incluso destruirlas.
Hay una realidad incuestionable: por mucho que algunos románticos
quieran seguir anclados en el pasado, el hecho es que progreso no hay quien lo
pare. De por sí, muchas de las películas de ciencia ficción del siglo XX han
sido superadas con creces por la realidad de nuestros días.
Actualmente, casi todos estamos disfrutando de los logros científicos y
tecnológicos que nos han proporcionado una mejor calidad de vida. Me refiero a
cosas como disponer de calefacción en invierno, aire acondicionado en verano o
poder hablar en tiempo real con otra persona que está a miles de kilómetros. No
obstante, es evidente que también sufrimos algunas nefastas consecuencias por
el mal uso o abuso de estás dos herramientas increíbles.
De todos es sabido que nosotros, el “populacho”, ni pinchamos ni
cortamos en la toma de decisiones importantes, por mucho voto que introduzcamos
en una urna cada cuatro años.
Pues bien. Resulta que los gurús del FEM están desarrollando la idea de crear una reducida civilización de superhombres capaces de llegar a ser inmortales. Lo que pretenden, es que la inteligencia humana pueda ser mejorada mediante inteligencia artificial para luego residir completamente en una máquina. Este concepto lo han llamado “singularidad”, y no es otra cosa que la ambición de crear una “nueva especie” superinteligente que rebase la capacidad cognitiva humana en todos los aspectos.
Aunque es factible que en el futuro podamos desarrollar sistemas de
inteligencia artificial avanzados que rivalicen o incluso superen las
capacidades cognitivas humanas en ciertos aspectos, hay muchas incertidumbres y
desafíos asociados con esta idea, dado que la inteligencia humana es compleja y
va mucho más allá de la simple capacidad de procesamiento de información,
involucrando emociones, conciencia, intuición y otros aspectos difíciles de
replicar en una máquina.
Por otra parte, existen preocupaciones éticas, sociales y de seguridad
en torno al desarrollo de una inteligencia artificial muy avanzada. Y aunque la
comunidad científica y tecnológica está trabajando activamente en el desarrollo
de IA, la creación de una inteligencia que sea equivalente o superior a la
humana plantea cuestiones éticas importantes y requieren un enfoque, cuanto
menos, cuidadoso.
Veamos. Un ser humano superinteligente podría tener la capacidad de
asimilar y comprender nueva información a velocidades extraordinarias. Su
capacidad de aprendizaje sería exponencialmente mayor que la de los seres
humanos actuales. También podría manejar grandes cantidades de datos y realizar
análisis complejos en tiempo real. Sería capaz de extraer patrones y
conocimientos significativos de conjuntos de datos masivos de manera eficiente.
La superinteligencia no se limitaría solo al procesamiento lógico, sino que
también podría manifestarse en la creatividad y la innovación. Este ser podría
generar nuevas ideas, conceptos y soluciones de manera única y avanzada. Y aunque
la empatía y la conciencia son características humanas complejas, un ser superinteligente
podría tener una comprensión avanzada de las emociones y ser capaz de
interactuar de manera empática con los seres humanos no desarrollados. Por
último, sería capaz de mejorar y optimizar su propia inteligencia de manera
constante, superando cualquier límite establecido inicialmente, lo que podría
llevar a un crecimiento exponencial de su capacidad intelectual.
Y ahora viene la pregunta del millón: ¿un ser humano así podía llegar a
ser inmortal?
La idea de lograr biológicamente la inmortalidad humana es un tema
fascinante y ha sido objeto de especulación a lo largo de la historia. Sin
embargo, desde el punto de vista científico y médico actual, la inmortalidad en
el sentido literal (vivir para siempre) parece ser improbable o incluso
imposible.
Existen varios desafíos fundamentales asociados con la búsqueda de la
inmortalidad que deberán ser superados.
En primer lugar tenemos el envejecimiento y degeneración celular: un
fenómeno complejo aún no comprendido completamente. Seguidamente, habría que
superar los factores genéticos y ambientales que contribuyen al envejecimiento
y a las enfermedades asociadas, y las muchas interacciones celulares aún
desconocidas. En definitiva, superar los desafíos asociados con la biología del
envejecimiento es un campo de investigación activo, pero aún queda mucho por
descubrir.
Aunque estos desafíos son actualmente imposibles de conseguir, sin
embargo, la investigación científica y médica no los descarta en un futuro. De
hecho, la investigación en neurociencia e inteligencia artificial sigue siendo
activa, pero la posibilidad de vivir para siempre en una máquina, en el sentido
de transferir toda la complejidad de la experiencia humana, está fuera de
nuestro alcance en estos momentos.
En resumen, transferir la mente a una máquina o elevarla a la categoría
de superinteligencia es a día de hoy un tema especulativo, pues no existe una
base científica sólida que respalde su viabilidad.
Entonces, ¿qué pretende el FEM alimentando toda esta serie de
especulaciones?
Puede que estos maniacos no lleguen nunca a conseguir ese nuevo ser
superinteligente e inmortal que tanto anhelan. Sin embargo, sí podrán crear una
reducida sociedad donde unos pocos privilegiados puedan disfrutar de las
maravillas de este planeta. Porque lo que realmente busca el FEM es deshacerse
de la población sobrante. ¿Y cuál es la población sobrante? Evidentemente, las
personas mayores, los enfermos, los pobres y los tontos; por ese orden.
En la reunión del FEM de este año se señaló la propagación de
información falsa o engañosa y los acontecimientos climáticos extremos como los
principales problemas de la humanidad. Lo que traducido al Román Paladino
significa más censura, control y restricción para el grueso de la población.
Ya sabemos que estos maniacos están obsesionados con que somos muchos y
estamos acabando rápidamente con los recursos del planeta. ¿Y qué han hecho al
respecto? Pues inventar una de las mentiras más colosales: “el ser humano
está destruyendo el planeta”. Evidentemente, ni poniéndonos todos a
trabajar en esa dirección seríamos capaces de hacerlo.
Yo recomiendo a la gente que haga el siguiente ejercicio: que coja un
avión y realice un viaje de 3.000 km que incluya parte sobre tierra y parte
sobre el océano; por ejemplo, Madrid-Las Palmas.
Cuando estás a 9.000 metros de altura, te das cuenta de lo
insignificantes que somos y lo insignificantes que son nuestras fábricas,
nuestros coches, nuestros plásticos y todas esas gilipolleces que dicen están
acabando con el planeta (ni que decir tiene si lo observamos desde el espacio).
De hecho, el planeta no necesita ser salvado, porque nosotros no le
hacemos ni cosquillas. Y si se las hacemos, ya se encarga él mismo de
recuperarse lo antes posible, como sucede cuando hay un gran incendio: en 50-60
años crece otro bosque más frondoso que el que se quemó. Otra cosa muy distinta
es el daño que nos estamos haciendo a nosotros mismos envenenando deliberadamente
nuestros alimentos, el entorno en que vivimos o el aire que respiramos. Pero
ese es otro tema.
La 54 Reunión Anual del Foro Económico Mundial (FEM) acaba de
celebrarse en Davos. En ella, una camarilla de líderes no electos ha decidido
nuestro futuro inmediato sin contar con nosotros. Porque aunque veas en
televisión los discursos de ciertos “personajillos”, como Milei o Sánchez, ese
no es el verdadero objetivo del Foro, eso es pura propaganda de distracción para
las masas. El verdadero objetivo son las más de 100 reuniones a puerta cerrada,
donde unos cuantos “iluminados” deciden el futuro de la humanidad año tras año.
La pregunta es: ¿vamos a seguir sin hacer nada? Me temo que una sociedad que ni siquiera es capaz de revelarse a llevar una mascarilla haga nada al respecto. Aunque me gustaría equivocarme.
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