La industria ya no es el motor que
mueve el mundo, aunque nuestros políticos parece que no quieren enterarse.
Cada día hay menos personas que
trabajan en la industria y, si lo hacen, no es de la misma manera que antes.
Antes una fábrica era el centro neurálgico de trabajo dentro de una localidad.
Allí se llevaba a cabo todo el proceso de fabricación. Normalmente todo pasaba
por una gran cadena de montaje, en la que trabajaban cientos o miles de personas,
de donde salía el producto final. Ahora esa cadena se ha automatizado, gracias
a la tecnología, y parte del proceso de fabricación, o todo, se ha
deslocalizado, para luego reunir el producto final en una marca, que es lo que
importa.
Tenemos el ejemplo de Detroit, que
durante décadas fue la cuna del automóvil y ahora es prácticamente una ciudad
fantasma. Y no es que no se fabriquen coches -se fabrican más que nunca- pero
la tecnología ha desplazado a las personas en el proceso.
Aunque parece que nuestros políticos
aun no se han dado cuenta, la realidad es que la era industrial ha terminado,
dando paso a la era tecnológica. En Europa sólo hay un 22% de su población que
trabaja en la industria, un 5% que trabaja en la agricultura y ganadería y el
resto lo hace en el sector servicios. En EEUU el porcentaje es del 20% en la
industria, el 0,7% en agricultura y ganadería y el resto en servicios. Además,
las industrias actualmente están prácticamente tecnificadas. Y, por supuesto,
hoy en día la compañía más valiosa del mundo no es ninguna empresa industrial;
es Google que, por cierto, acaba de superar a Apple en el ranking de la empresa
bursátil más valiosa del mundo.
La era industrial trajo consigo un
arquetipo social basado en la creación de una gran clase media, el invento del
tiempo libre y, sobre todo el consumo; mucho consumo. Pero eso ha cambiado.
De momento la era tecnológica lo que
ha traído es una desigualdad social, como jamás hemos tenido a lo largo de
nuestra historia; la pérdida de millones de puestos de trabajo; la sustitución
de la clase media por una clase precaria y, lo que es más preocupante: la
“super-idiotización”, por el mal uso y abuso de la tecnología, de un número muy
elevado de ciudadanos.
Es evidente que el modelo utilizado
en la era industrial ya no es válido para una era tecnológica. Sin embargo,
nuestros políticos siguen empeñados en regirnos por las mismas normas,
manteniendo el mismo patrón y, claro está, el paradigma empieza a no funcionar.
Todas las campañas electorales, de
todos los países del mundo, incluyen las mismas promesas para hacerse con el
mayor número de votos, que fundamentalmente se resumen en dos: crear puestos de
trabajo y hacer crecer el PIB.
Por mucho que se empeñe la FED y el
BCE en incentivar la economía con sus medidas absurdas de épocas pasadas para,
según ellos, impulsar el crédito y crear empleo, no van a ser eficientes. Y no lo
van a ser porque sencillamente la era tecnológica, en la que estamos inmersos,
no responde a los mismos alicientes de la era industrial, y ellos lo saben.
El modelo de trabajo actual está
totalmente desfasado de la realidad tecnológica. Eso de levantarnos cada mañana
y coger el tren, el autobús o el coche (con el coste, la contaminación
ambiental y el tiempo perdido que eso supone) para llegar todos a la misma hora
a una oficina a realizar una tarea, que se podría realizar en otro lugar y en
otro momento –gracias a la tecnología-, tiene los días contados, ya que la
mayoría de los trabajos que realizamos en esta era tecnológica no exigen esa
sincronización.
De la misma manera la tecnología
debería sustituir, y de hecho lo hará, la competitividad por la cooperación. Es
mucho más eficiente cooperar que competir. Un ejemplo reciente de esto es la
historia de cómo se creó el sistema operativo Linux (Linux es un sistema
operativo libre diseñado por cientos de programadores de todo el planeta,
aunque el principal responsable del proyecto es Linus Tovalds, dando rienda
suelta a la creatividad y cooperación sin ánimo de lucro)
Hasta ahora en la era industrial se
trataba de hacer el trabajo que te pedían, dentro de un horario asignado y a
cambio de un salario. Pero en la era tecnológica esto no va a ser así, por
mucho que tarde en comprenderlo la cuadrilla de políticos ignorantes que nos
gobierna.
Con la llegada de la era tecnológica
han proliferado multitud de ideas nuevas, que proporcionan un servicio a la
gente más rápido, directo, económico y a veces gratuito para el usuario, con
plataformas tales como:
-Uber: una empresa que mediante una
aplicación móvil conecta a sus clientes a una red de transporte internacional.
-Bla-Bla-Car: que pone en contacto a
pasajeros y conductores que quieren hacer el mismo viaje.
-Compañías como HouseTrip: una
plataforma de alquiler de viviendas vacacionales que permite a individuos y
sociedades gestoras de alquiler (conocidos como “anfitriones”) alquilar sus
propiedades a los huéspedes.
-También están las plataformas
alternativas a la utilización de las monedas FIAT, mediante criptodivisas,
tales como bitcoin.
Y así podríamos seguir enumerando un
sinfín de ellas.
Pues bien. Toda esta nueva forma de trabajar y de tener acceso a
nuevos servicios, lo ha propiciado la tecnología y nada tiene que ver con el
modo de trabajar de la era industrial, en la que fundamentalmente todo se
basaba, como ya he dicho antes, en realizar tareas determinadas en horarios
determinados a cambio de sueldos determinados.
Con la llegada de
la era tecnológica –que se da de patadas con la era industrial, ya que son dos
conceptos totalmente antagónicos- esto ni puede, ni debe seguir siendo así.
Los políticos que,
por cierto, nunca han estado ahí para defender nuestros intereses -pensar eso
es una ingenuidad- ya no tienen cabida en esta era tecnológica y la democracia,
que no dejará de ser una “dictadura de la mayoría” –con lo que eso supone, ya
que las mayorías son fundamentalmente estúpidas-, tampoco. O buscamos pronto un
sistema alternativo al que ha regido durante la era industrial, que encaje con
la nueva era tecnológica, o esta nueva era será la ruina para millones de
personas.
La llegada de la
tecnología está produciendo profundos cambios económicos muy rápidos en el
ámbito mundial, con consecuencias sociales, políticas y laborales como nunca
antes se ha dado en la historia de la humanidad.
Verdaderamente, y
aunque los políticos no se den o no quieran darse cuenta de ello, la nueva era
tecnológica ha significado un cambio drástico de paradigma -fundamentalmente económico-
que está trastocando todo el modelo social anterior y, como consecuencia, las
instituciones sociales tradicionales empiezan a no funcionar.
Por supuesto que los
beneficios que traerá consigo la tecnología para la humanidad serán
inmensamente superiores a los que trajo la era industrial; pero, ¡ojo! Si no
adaptamos pronto la tecnología a un nuevo modelo político-económico-social nos
puede acarrear serios problemas.
Recapitulando: De la
misma manera que no podemos esperar resultados diferentes haciendo lo mismo, no
podemos esperar los mismos resultados haciendo cosas diferentes.
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