Vivimos en un mundo tecnológico donde, por mediación de la propaganda
emitida constantemente por los medios de comunicación, todo lo que huele a
ciencia es considerado por el vulgo palabra de Dios. No hay día que no oigamos,
hasta la saciedad, que gracias a determinado estudio científico se ha
demostrado tal o cual cosa o se afirme o se niegue cualquier otra.
Si hacemos memoria, o tiramos del “libro gordo de Petete” de la
historia de la ciencia, veremos que esto no siempre ha sido así. Desde los
primeros atisbos de lo que llamamos ciencia, los llamados científicos han cometiendo
tremendos errores que han ocasionado a la humanidad serios trastornos y
retrasos.
Es cuanto menos curioso ver cómo hemos aceptado que la mayoría de la
ciencia del pasado era inadecuada o estaba equivocada. Sin embargo, gracias a la
propaganda subliminal introducida en nuestro cerebro, pensamos que la ciencia
actual no comete errores y está en lo cierto. Evidentemente, nada más lejos de
la realidad.
A grandes rasgos, podríamos decir que a lo largo de la historia la
ciencia ha tenido más equivocaciones que aciertos, dándose por buenos planteamientos
científicos erróneos que, posteriormente, fueron corregidos. Así, por ejemplo,
tenemos que en el siglo II Ptolomeo introdujo un sistema geocéntrico (la Teoría Geocéntrica) que situaba a
la Tierra en el centro del universo y a los astros, incluido el Sol, girando
alrededor de la Tierra. Este modelo
estuvo vigente hasta el siglo XVI (nada menos que 1.400 años), cuando fue
reemplazado por la Teoría Heliocéntrica de Copérnico.
Otro claro ejemplo fue la Teoría de la Deriva Continental, desarrollada
en 1912 por el alemán Alfred Wegener, corregida 40 años más tarde por la tectónica
de placas que explica de manera adecuada el movimiento de los continentes.
¿Y qué decir de las atrocidades cometidas por las autoridades de cada
época por ir en contra de las creencias del momento? Recordemos que Miguel
Servet (teólogo reformista y médico español) fue quemado en la hoguera, en
1553, simplemente por descubrir que la sangre circula por las venas.
Ampararnos en la ciencia para tomar decisiones que atañen a nuestras
vidas sin una evidencia irrefutable es una temeridad, una irresponsabilidad y
una insensatez. Y eso es lo que está ocurriendo
en estos momentos.
La ciencia, al igual que en economía y otras disciplinas académicas, plantea
a veces ciertas hipótesis equivocadas que pueden llegar a influir en el
pensamiento mayoritario. Y lo que es aún peor, puede, y de hecho muchas veces
lo hace, condicionar lo que se enseña en las universidades. Por lo tanto, tomar
semejantes hipótesis al pie de la letra puede ser precipitado, tal y como
estamos viendo con la repuesta a una falsa pandemia, a un inexistente cambio
climático antropogénico y a una crisis económica provocada, donde ninguna de
las tres disciplinas presentan argumentos sólidos irrefutables para avalar las
decisiones que se están tomando.
Por otro lado, tenemos la tendencia a pensar que los llamados
“expertos” siempre tienen razón. Pero la tozuda realidad lo desmiente
categóricamente. Lo hemos visto cuando los “expertos” del cambio
climático, en su interminable
historial de predicciones catastróficas, vaticinaron la reducción del
hielo del Ártico para el año 2010, luego para el 2014, el 2018 y últimamente
para el 2030. Sin embargo, la extensión de hielo del Ártico no solo no ha
disminuido, sino que ha aumentado/s.
Lo mismo pasó con la “pandemia”. Los “expertos” auguraron la muerte de
85 millones de personas y también se columpiaron. En este periodo nos han
contado, una y otra vez, una cosa y la contraria. Pero, para más inri, cada vez
que se equivocan vuelven a inventar otra sarta de mentiras que luego la
realidad se encarga de poner en su sitio: nos aseguraron que las “vacunas”
anti-Covid, inmunizaban y eran seguras y luego la cruda realidad ha demostrado,
con hechos, que ni inmunizan ni son seguras.
Las normas de la ciencia son rigurosas: Quien hace una afirmación debe
demostrarlo de forma clara y comprensible y debe de poder, además, ser
comprobado y verificado. Solo así puede llamarse ciencia. Lo demás, es solo
cuestión fe.
Muchos de los mitos y procedimientos en los que se basan las teorías científicas
están siendo ahora cuestionados.
A raíz de la aparición del Covid-19, los gérmenes patógenos se están
poniendo en entredicho por una parte de la comunidad científica. Epidemias como
la gripe española, la poliomielitis o la viruela, entre otras, están siendo
nuevamente estudiadas. También se está poniendo en tela de juicio técnicas como
el aislamiento de los virus y su secuenciación para intentar una mejor
comprensión de la virología moderna y la teoría de los gérmenes en su conjunto.
Esto que, en principio, debiera ser el protocolo a seguir antes de
tomar cualquier decisión que pueda ser irreversible (como la de “vacunar” a
toda la población mundial con una “pócima” experimental), ahora no solo no se
contempla, sino que está mal visto, en el mejor de los casos, o directamente
perseguido.
En resumen, la ciencia es debate y si no hay debate no hay ciencia. Así
de simple. De hecho, lo que nos están vendiendo sobre la “pandemia” y el “cambio
climático antropogénico” no es más que la opinión de un puñado de científicos
con conflicto de intereses, y eso no es ciencia, es opinión.
Creo sinceramente que para dejar de ser engañados por todo tipo de farsantes
(científicos, políticos, economistas, etc.) cada uno de nosotros debería crearse
su propia opinión. Para eso debemos esforzarnos por querer saber y no cerrarnos
en banda ni dejarnos manipular por los medios de comunicación al servicio del
poder. Eso implica investigar por nuestra cuenta y leer y escuchar cosas que se
dan de patadas con las creencias establecidas. Y, sobre todo, dejar de pensar
que todo lo que no es oficial es una teoría de la conspiración, ya que la
teoría de la conspiración no existe, solo existe la conspiración (el término
“teoría de la conspiración” fue inventado para promover la autocensura y desacreditar
a los disidentes. Por cierto, una genialidad de los ingenieros sociales que ha
dado unos excelentes resultados, la verdad).
Pero lo más importante es dejar de tener miedo a quedar fuera del rebaño. El día que lo consigas, ¡ENHORABUENA! Habrás pasado a formar parte de los “despiertos” y serás una persona más difícil de engañar.
¿ estos razonamientos son científicos o "científicos"?
ResponderEliminarsaludos dudacionistas.