La ciencia hoy en día está tan prostituida -sobre todo la biomedicina-
que ya no sabe uno a qué atenerse.
Todos hemos sufrido en nuestras carnes las escandalosas aberraciones a
las que fuimos sometidos para supuestamente luchar contra la falsa pandemia de
hace tres años. Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, gracias a
la falsa pandemia la corrupción del sistema de salud ha quedado en evidencia
para mucha gente, que ha visto como el colectivo “médico-científico” a
antepuesto dinero y reputación a la búsqueda de la verdad.
Actualmente está todo tan corrompido que muchos “científicos” y
“médicos” prefieren seguir anclados en falsas ideas antes que admitir que están
equivocados. Porque, claro está, esto supondría que tendrían que abandonar muchos
de los dogmas que les inculcaron en la universidad y empezar de cero. Por
eso prefieren seguir los protocolos reglamentarios, en detrimento de dedicarse
a desmontar creencias y dogmas arraigados que sólo les acarrearían problemas.
Hay una máxima que dice que para que la ciencia sea ciencia necesita
ser cuestionada. Obviamente, esta máxima últimamente brilla por su ausencia.
Desde hace décadas, las teorías erróneas en medicina han causado daños
incalculables e irreparables. Tal es así, que cada año mueren miles de personas
a causa de medicamentos recetados “correctamente”, lo que convierte a los
medicamentos en una de las principales causas de muerte absolutamente
demostrada. Obviamente, la medicina nunca va a reconocer que se ha equivocado,
puesto que eso sería como admitir que innumerables carreras académicas se han
forjado en ideas que no tienen ningún rigor científico cuando son llevadas a la
práctica.
Hay denuncias por doquier.
Richard Charles Horton -redactor jefe de The Lancet, revista médica con
sede en el Reino Unido- se pronunció diciendo que gran parte de la literatura
científica, quizás la mitad, es simplemente errónea.
John P. A. Ioannidis -un médico-científico que ha realizado
contribuciones en medicina basada en evidencia epidemiología, ciencia de datos
e investigación clínica- publicó un estudio en 2005 demostrando que la mayoría
de los resultados de las investigaciones publicadas son falsos.
Marcia Angell -médico estadounidense, primera mujer en ocupar el cargo
de editora en jefe del New England Journal of Medicine y actualmente profesora
titular en el Departamento de Salud Global y Medicina Social de la Facultad de
Medicina de Harvard en Boston, Massachusetts- ha dirigido una investigación
sobre la corrupción de la medicina por parte de las farmacéuticas.
Desde el francés Antoine Béchamp (1816-1908) hasta en la actualidad el
alemán Stefan Lanca ha habido multitud de biólogos que han cuestionado muy seriamente
toda la pseudociencia de la virología.
Uno de los pioneros en cuestionar tanto a la virología como a la
biología celular y la neurobiología fue el famoso biólogo británico, Dr. Harold
Hillman, quien después de una carrera de investigación, que abarca más de 50
años, llegó a la conclusión de que algunos de los procedimientos utilizados no
son adecuados para el estudio de la biología de células vivas en animales y
plantas, ya que modifican grosera y significativamente las propiedades de los
tejidos estudiados o ignoran la segunda ley de la termodinámica, entre otras
cosas.
Según Hillman, los “virus” se estudian en cultivos celulares elaborados
a partir de tejidos embrionarios, tejidos cancerosos, células madre o células
de mono cuyas propiedades son completamente diferentes a las de los tejidos
humanos adultos. Y se pregunta: ¿es todo esto relevante para comprender la
inefectividad de los virus en humanos?
Por otra parte, continúa Hillman, no se realizan controles adecuados
para probar los efectos de las condiciones de laboratorio, fluidos corporales,
antibióticos y otras sustancias químicas en los cultivos
celulares. Entonces, ¿cómo pueden estar seguros los virólogos de que es el
“virus” el que causa los efectos citopáticos observados y no las sustancias
químicas y las condiciones mismas?
Desafortunadamente, el nivel de cuestionamiento y pensamiento crítico es
poco común -por no decir que está completamente ausente- en la ciencia
biomédica actual y, como era de esperar, el establishment biomédico ha optado
por ignorar todas estas cuestiones cruciales y denostar la carrera y reputación
de Hillman. Y aunque muchos científicos respaldan
las convincentes ideas de Hillman en privado, sin embargo, no las apoyan públicamente
por temor a que les suceda lo mismo. Recordemos que es precisamente lo que les
ocurrió a todos aquellos médicos y científicos que osaron cuestionar el Covid. Este
es el mundo en que vivimos.
Hagamos ahora un par de preguntas incómodas: ¿y si Hillman tuviera
razón? ¿Qué pasaría, entonces, si se llegara a demostrar que parte de la
medicina moderna se sustenta en falsos dogmas, en el mejor de los casos, o en
algo deliberadamente mucho peor y perverso?
De todos es sabido que una de las estrategias clave para garantizar la
sumisión de las masas es el miedo. No es necesario decir que esta técnica lleva
siglos utilizándose con un éxito arrollador, ¿verdad?
¿Y qué está pasando ahora? Pues que nos están infundiendo un “miedo
médico” constantemente: miedo a los virus, al cáncer, a las enfermedades coronarias,
al colesterol,… Toda la industria médico-farmacéutica se basa en el
mantenimiento del miedo, para luego ofrecernos una “solución” que la mayoría de
las veces implica medicación y más tratamientos para tratar los efectos secundarios
de la medicación.
La industria farmacéutica sólo tiene interés en perpetuar ideas
erróneas -como la falacia de “un germen, una enfermedad”- que es lo que
le reporta pingües beneficios. Por eso los médicos salen de las facultades de
medicina adoptando una visión mecanicista y reduccionista de la enfermedad,
creyendo a menudo que es causada por la "genética", por un patógeno
externo o que el cuerpo simplemente es propenso a cometer errores.
Con esto no quiero decir que los médicos no sepan lo que se hacen, ya que hay muy buenos profesionales que se toman en serio su profesión. Lo que vengo a decir, es que “no es oro todo lo que reluce”. Porque mientras la industria farmacéutica tenga sus manazas metidas en las instituciones académicas, se hará su santa voluntad.
Más que en esta apabullante lista de evidencias sobre la PLANDEMIA , la clave del comportamiento cobarde en propios y extraños se puede buscar en simples fragmentos literarios ; uno de ellos, es la metáfora de Andersen en el cuento del "traje nuevo del emperador"... todos ven la realidad de lo que está pasando pero por aquello que -sólo los estúpidos no ven las sedas- todos siguen aguantando sin abrir el pico sobre el asunto para no estar en el lado de los "estúpidos"...¡¡ allá ellos!!.
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