Pero a dónde hemos llegado.
Acabo de leer una editorial, de un
periódico de gran tirada, en la que se dice que el FMI pide bajar las pensiones
“por el riesgo de que la gente viva más de lo esperado” y, otra, en la que se comenta
que El Estado no puede seguir manteniendo la sanidad pública. O sea, que lo
ideal para el FMI es que la gente se muera justo al terminar su vida laboral,
ya que el prolongar la vida más allá de la edad de jubilación es un derroche de
dinero y, por otro lado, en la segunda editorial, ahondando en lo mismo, se nos
viene a decir que es muchísimo más importante el dinero que la salud.
Hemos llegado a un punto de
estupidez humana que la veneración del dinero es tal que preferimos morir antes
que gastar dinero.
Y, ¿qué es el dinero? Pues el dinero
no es más que unos trocitos de papel con unos monigotes pintados y unos números
que nos indican su valor artificial. Bueno, y ahora ni siquiera eso, son simplemente unos
números apuntados en una computadora.
Creo que todo el mundo es consciente
de que el dinero no crece en los árboles, ni está en el subsuelo en forma de mineral
a explotar, ni se da en ninguna de las formas de la naturaleza. Es simplemente
un invento del ser humano que, en un principio, se tomó como instrumento para
intercambiar bienes y servicios pero que, con el tiempo, ha invertido su
sentido. Ahora es el objetivo final de toda transacción de bienes y servicios y
se idolatra de tal forma que, como ya he dicho anteriormente, se antepone hasta
a la propia vida.
Decían los indios seminolas “Solamente cuando se haya envenenado el
último río y cortado el último árbol y matado el último pez, el hombre se dará
cuenta de que no se puede comer el dinero”
Estamos viviendo en un mundo de
despilfarro de recursos tal (que no de dinero, ya que dinero podemos fabricar
todo el que queramos) que no me extrañaría que Richard C. Duncan vaya a tener
razón en su “Teoría de Olduvai” que dice que llegaremos a un punto de inflexión
en la actual sociedad industrial, entre el año 2010 y 2030, en el que poco a
poco iremos retrocediendo hasta volver a tiempos en los que el hombre vivía de
lo que cazaba y, según él, eso se dará hacia el año 3000.
No se puede seguir fabricando toda
clase de utensilios con una duración de su vida útil, a priori programada, con
el fin de mantener una industria; o sea, amasar dinero. Eso acaba con los
recursos y, además, con esta espiral de usar y tirar, estamos generando gran
cantidad de residuos, degradando el planeta a pasos agigantados y, como
consecuencia de esto, lo que estamos haciendo es poner en peligro nuestras
vidas y la de todo el planeta.
Si seguimos con la idea de que la
felicidad está asociada a la sociedad de consumo vamos rematadamente mal.
Como dijo Borges, “deberíamos estar muy lejos de plantearnos
la felicidad en base a los bienes materiales y seguir siendo capaces de
disfrutar lo que tenemos sin caer en la desesperanza por obtener aquello de lo
que carecemos”.
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