Con la cooperación de la mal llamada educación
(pues no es tal, sino adoctrinamiento), la televisión, la prensa, el cine, Internet
y las nuevas tecnologías es muy fácil provocar un interés en la gente por
cualquier cosa. Así, la moda o la tontería que nos ha dado a todos ahora por
viajar, son solo dos ejemplos de las cosas que no decidimos por nosotros mismos
(como casi nada), y que nos han sido inoculadas, muy sutilmente, para programar
nuestras mentes y convertirnos en lo que realmente somos: dóciles esclavos
trabajadores-consumidores.
Parece que si no vistes a la moda, no haces
cualquiera de esas nuevas modalidades de deporte y no viajas cada vez que
tienes tiempo libre no eres de este mundo. Y lo más importante. Toda tu vida
tienes que hacerla pública en una red social, ya que, de lo contrario, todo tu
“disfrute” no habrá servido para nada si no es visto por los demás. Es lo que
hoy en día se denomina “postureo”: placer que representa exhibir nuestros
“éxitos” o “andanzas”, públicamente, para generar envidia. ¡Vamos!, lo que toda
la vida se ha llamado presumir.
Todo empezó hace ya algunas décadas.
En 1937, la Fundación Rockefeller financió un
proyecto de investigación social llamado Radio Research Project (Proyecto
de Investigación de Radio).
Se trataba de investigar para encontrar los
efectos que producían en la sociedad los nuevos medios de comunicación
recientemente aparecidos.
El proyecto fue diseñado para determinar por
qué la gente escuchaba la Radio. Se interesaba especialmente en los
programas que atraían a las masas y en qué medida un programa y sus anuncios impulsaban
la venta de determinados productos.
También se realizó una investigación sobre los
efectos que causó en la población el programa “La guerra de los mundos de Orson
Welles”, emitido en 1938. De los 6 millones de personas que escucharon la
transmisión, descubrieron que el 25% aceptaba los informes de destrucción
masiva que aparecían en el programa. La mayoría de ellos no creía estar
escuchando una invasión literal de Marte, sino más bien un ataque de Alemania.
Evidentemente, la sorpresa fue mayúscula y,
como era de esperar, la alegría de la Fundación Rockefeller fue inmensa al
haber dado con la mayor arma hasta la fecha para interferir en la mente de las
personas.
Desde entonces, la técnica y los medios para la
programación mental han ido creciendo de una manera exponencial. Deporte, cine,
literatura, gastronomía, turismo, campañas electorales, propagación de epidemias
y pandemias supuestamente peligrosas, shows de todo tipo, Internet y todos
los medios audiovisuales y escritos forman parte de esta gran red para fomentar
la imbecilidad.
La gente es propensa a creer lo que escucha,
ve o lee en un medio de comunicación y más aun si quien lo dice es un personaje
famoso como un deportista, un actor o un político, y no digamos si es un
“ilustrado”.
Hoy la programación mental se da en masa, induciendo
a la población a pensar qué debe considerarse bueno o malo; qué orientación
política ha de tener, en función de su clase social; qué puede o no puede
hacer, limitando así su creatividad; y, en definitiva, a actuar de acurdo a un
paradigma social establecido.
Pero lo más grave, es que gracias a estos
enormes medios de propaganda una minoría de personas ha conseguido hacerse con
el control del mundo.
Decía Henry Kissinger en 1973: “controla
los alimentos y controlarás a la gente; controla el petróleo y controlaras a
las naciones y controla el dinero y controlarás el mundo”.
Pues bien. Gracias a hacerse con el control de
los alimentos, el petróleo y el dinero la élite ha conseguido controlar a la
humanidad. Ellos son los que verdaderamente deciden por nosotros lo que tenemos
que comer, la energía que debemos utilizar y el trabajo al que nos tenemos que
esclavizar para conseguir dinero con el que poder subsistir.
La programación mental ya no necesita de
drogas -como utilizó en su día el Instituto Tavistok- aunque se sigue
experimentando con ellas. Ahora solo necesita de grandes sistemas de
comunicación que interfieran en la vida de las personas. Nada más.
La mayor ambición para cualquier ser humano
cegado por el poder es controlar a sus congéneres a todos los niveles; es
decir, tanto físico como mental y, sobre todo, emocional.
Hoy vivimos en un mundo donde ya solo
predomina el pensamiento único. Un mundo lleno de dictaduras encubiertas, de
mentiras falsas oficiales, de políticas de vodevil, de censura disfrazada y de de mafias
financieras de guante blanco. Es la era de la información manipulada. Con ella
somos bombardeados, continuamente, para inculcarnos un miedo que mantenga
nuestros ojos cerrados y así evitar que veamos lo que hay detrás.
Decía el premio Nobel de economía, Joseph
Stiglitz: “evolucionamos de manera determinada hacia una economía y una
democracia del 1%, por el 1% y para el 1%”. Eso quiere decir que solamente
70 millones de personas en todo el mundo disfrutan de una economía sólida que
les permite vivir dignamente. El resto, ahí estamos.
La brecha que se ha abierto entre este tipo de
gente y el resto de los mortales es tan profunda que va a ser imposible
cerrarla. Es más, cada día irá “in crescendo”, ya que la imbecilidad no tiene
vuelta atrás.
No lo dudes. Gran parte de nuestra estupidez ha
sido y está siendo causada por el miedo.
La ingeniería social -que es quien lo fabrica- lo pone a disposición de
políticos, gobiernos e instituciones que, con la ayuda inestimable de los medios
de comunicación, lo expanden por la sociedad, a conveniencia, como si de un “coronavirus”
se tratara. Por consiguiente, nos hemos convertido en una manada de zombis que
solo responde a instintos emocionales, provocados artificialmente por quien
ostenta el poder, en detrimento del raciocinio. Y así nos va, claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario