domingo, 8 de marzo de 2020

FABRICANDO IMBÉCILES

Con la cooperación de la mal llamada educación (pues no es tal, sino adoctrinamiento), la televisión, la prensa, el cine, Internet y las nuevas tecnologías es muy fácil provocar un interés en la gente por cualquier cosa. Así, la moda o la tontería que nos ha dado a todos ahora por viajar, son solo dos ejemplos de las cosas que no decidimos por nosotros mismos (como casi nada), y que nos han sido inoculadas, muy sutilmente, para programar nuestras mentes y convertirnos en lo que realmente somos: dóciles esclavos trabajadores-consumidores.
Parece que si no vistes a la moda, no haces cualquiera de esas nuevas modalidades de deporte y no viajas cada vez que tienes tiempo libre no eres de este mundo. Y lo más importante. Toda tu vida tienes que hacerla pública en una red social, ya que, de lo contrario, todo tu “disfrute” no habrá servido para nada si no es visto por los demás. Es lo que hoy en día se denomina “postureo”: placer que representa exhibir nuestros “éxitos” o “andanzas”, públicamente, para generar envidia. ¡Vamos!, lo que toda la vida se ha llamado presumir.
Todo empezó hace ya algunas décadas.
En 1937, la Fundación Rockefeller financió un proyecto de investigación social llamado Radio Research Project (Proyecto de Investigación de Radio).
Se trataba de investigar para encontrar los efectos que producían en la sociedad los nuevos medios de comunicación recientemente aparecidos.
El proyecto fue diseñado para determinar por qué la gente escuchaba la Radio. Se interesaba especialmente en los programas que atraían a las masas y en qué medida un programa y sus anuncios impulsaban la venta de determinados productos.
También se realizó una investigación sobre los efectos que causó en la población el programa “La guerra de los mundos de Orson Welles”, emitido en 1938. De los 6 millones de personas que escucharon la transmisión, descubrieron que el 25% aceptaba los informes de destrucción masiva que aparecían en el programa. La mayoría de ellos no creía estar escuchando una invasión literal de Marte, sino más bien un ataque de Alemania.
Evidentemente, la sorpresa fue mayúscula y, como era de esperar, la alegría de la Fundación Rockefeller fue inmensa al haber dado con la mayor arma hasta la fecha para interferir en la mente de las personas.
Desde entonces, la técnica y los medios para la programación mental han ido creciendo de una manera exponencial. Deporte, cine, literatura, gastronomía, turismo, campañas electorales, propagación de epidemias y pandemias supuestamente peligrosas, shows de todo tipo, Internet y todos los medios audiovisuales y escritos forman parte de esta gran red para fomentar la imbecilidad.
La gente es propensa a creer lo que escucha, ve o lee en un medio de comunicación y más aun si quien lo dice es un personaje famoso como un deportista, un actor o un político, y no digamos si es un “ilustrado”.
Hoy la programación mental se da en masa, induciendo a la población a pensar qué debe considerarse bueno o malo; qué orientación política ha de tener, en función de su clase social; qué puede o no puede hacer, limitando así su creatividad; y, en definitiva, a actuar de acurdo a un paradigma social establecido.
Pero lo más grave, es que gracias a estos enormes medios de propaganda una minoría de personas ha conseguido hacerse con el control del mundo.
Decía Henry Kissinger en 1973: “controla los alimentos y controlarás a la gente; controla el petróleo y controlaras a las naciones y controla el dinero y controlarás el mundo”.
Pues bien. Gracias a hacerse con el control de los alimentos, el petróleo y el dinero la élite ha conseguido controlar a la humanidad. Ellos son los que verdaderamente deciden por nosotros lo que tenemos que comer, la energía que debemos utilizar y el trabajo al que nos tenemos que esclavizar para conseguir dinero con el que poder subsistir.
La programación mental ya no necesita de drogas -como utilizó en su día el Instituto Tavistok- aunque se sigue experimentando con ellas. Ahora solo necesita de grandes sistemas de comunicación que interfieran en la vida de las personas. Nada más.
La mayor ambición para cualquier ser humano cegado por el poder es controlar a sus congéneres a todos los niveles; es decir, tanto físico como mental y, sobre todo, emocional.
Hoy vivimos en un mundo donde ya solo predomina el pensamiento único. Un mundo lleno de dictaduras encubiertas, de mentiras falsas oficiales, de políticas de vodevil,  de censura disfrazada y de de mafias financieras de guante blanco. Es la era de la información manipulada. Con ella somos bombardeados, continuamente, para inculcarnos un miedo que mantenga nuestros ojos cerrados y así evitar que veamos lo que hay detrás.
Decía el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz: “evolucionamos de manera determinada hacia una economía y una democracia del 1%, por el 1% y para el 1%”. Eso quiere decir que solamente 70 millones de personas en todo el mundo disfrutan de una economía sólida que les permite vivir dignamente. El resto, ahí estamos.
La brecha que se ha abierto entre este tipo de gente y el resto de los mortales es tan profunda que va a ser imposible cerrarla. Es más, cada día irá “in crescendo”, ya que la imbecilidad no tiene vuelta atrás.

No lo dudes. Gran parte de nuestra estupidez ha sido  y está siendo causada por el miedo. La ingeniería social -que es quien lo fabrica- lo pone a disposición de políticos, gobiernos e instituciones que, con la ayuda inestimable de los medios de comunicación, lo expanden por la sociedad, a conveniencia, como si de un “coronavirus” se tratara. Por consiguiente, nos hemos convertido en una manada de zombis que solo responde a instintos emocionales, provocados artificialmente por quien ostenta el poder, en detrimento del raciocinio. Y así nos va, claro.

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