En las últimas décadas el número de personas
con sobrepeso está aumentando de una forma alarmante en todo el mundo, con
especial incidencia en las zonas urbanas. Por supuesto, también está creciendo
en España, donde ya somos el segundo país de la UE con más niños obesos y con
sobrepeso, cosa impensable hace tan solo 50 años, ya que España siempre fue un
país de personas delgadas.
La OMS ha dado la voz de alarma anunciando que
la obesidad supone uno de los problemas de salud más graves del siglo XXI.
¿Nadie se ha percatado de que actualmente la
población más pobre es la más obesa? Pues sí, así es.
Desde siempre, el ser gordo o flaco –amen de
la constitución física de cada uno- ha tenido que ver con el dinero. Lo
paradójico de hoy en día, es que las personas con menos recursos son las que tienen
mayores tasas de sobrepeso y obesidad. Hemos pasado de una situación en la que
la obesidad era sinónimo de opulencia, a un escenario donde el sobrepeso es una
epidemia entre el estrato socioeconómico más bajo de la sociedad.
Es la primera vez en la historia de la
humanidad que se da esta paradoja: los más gordos son los más pobres.
¿Cómo puede ser que las personas con menos
recursos sean las más expuestas a padecer sobrepeso? La respuesta es muy simple: hoy
comer mal, es lo más barato.
El motivo radica en que adquirir comida de
ínfima calidad nutricional es lo único que se pueden permitir las clases más
desfavorecidas o, dicho de otra manera, lo único asequible para sus maltrechos
bolsillos. Así, mientras que las verduras y frutas están a un precio excesivo
para esta gente, sin embargo, dulces, refrescos, productos procesados y
bollería industrial, entre otros, son los alimentos que consumen
mayoritariamente, ya que son los únicos que pueden pagar.
¿Y qué sucede cuando nos alimentamos mal?
Pues, entre otras cosas, que vamos a enfermar y probablemente a morir entre 5 y
10 años antes de lo que nos correspondería.
Todos sabemos los efectos negativos que la
obesidad y el sobrepeso tienen en nuestra salud y las enfermedades
que nos acarrean: hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, cáncer,
diabetes, problemas respiratorios, apnea del sueño, etc.
Decía un anuncio publicitario: “somos lo
que comemos”. Y si somos lo que comemos, ¿qué nos está indicando esta nueva
situación? Pues que en los países desarrollados y en vías de desarrollo, que es
donde más se da este fenómeno, la gente se está empobreciendo, con lo cual,
está engordando, enfermando y muriendo antes de lo deseado.
Por otra parte, la demografía mundial está
cambiando hacia una población de mayor edad cada vez más numerosa. Se prevé que
en el año 2050 los mayores de 65 años serán el 24% de la población mundial,
cifra que se duplicará en los países desarrollados como España que, según las
perspectivas de la OCDE, tendrá 78 personas mayores de 65 años por cada 100
personas de entre 20 y 64. Y lo más
importante, la esperanza de vida prácticamente se ha duplicado en tan solo 150
años.
¿Y dónde está el problema? Pues en que nos
encaminamos hacia un aumento importante de población, no productiva, compuesta
por ancianos y pobres que para este Sistema de usar y tirar sobra.
Hoy en día hay infinidad de formas de
deshacerse de la población “sobrante” sin que tenga que haber de por medio
ninguna guerra, como sí sucedía antes. Pues bien. La más sutil de todas, es dar
a la población una mala alimentación o una pandemia. Del resto, ya se encargará
la madre naturaleza.
La legislación y regulación en materia
alimentaria no va encaminada a que los alimentos sean saludables, como se nos
quiere hacer creer. Al contrario. Se regula y legisla para que los alimentos no
sean demasiado tóxicos y nos maten de ipso facto, pero sí para que lo
hagan poco a poco.
Por otro lado, al tomar alimentos poco
saludables y bajos en nutrientes lo normal es que enfermemos. Si enfermamos,
seremos asiduos consumidores de medicamentos que, en la mayoría de los casos,
no son necesarios y solo sirven para hacernos enfermos crónicos de por vida y
llenar las arcas de las farmacéuticas.
Pero esto no queda aquí, ya que una dieta baja
en nutrientes hace que nuestro organismo esté carente de las suficientes
vitaminas y sales minerales que hacen fuerte a nuestro sistema inmunológico. ¿Y
qué ocurre cuando se tiene un sistema inmunológico débil? Pues que disponemos
de pocas defensas ante cualquier “ataque” exterior proveniente de virus y
bacterias de todo tipo.
Esto no es una cosa que se me acabe de ocurrir
a mí, ya que es de dominio público. Entonces, ¿por qué no se hace nada para
remediarlo? Pues, desgraciadamente, porque quien realmente ostenta el poder
quiere deshacerse de toda esa población que, para ellos, ya no es necesaria.
Hoy el poder no lo tienen los títeres que
vemos en los gobiernos. Hoy el poder se ejerce de una manera encubierta.
Atentados terroristas, revoluciones de color
(como la que se está llevando a cabo en Cataluña), epidemias y pandemias, crisis
económicas, cambio climático, movimiento de migrantes y tantos otros problemas son, en general,
crisis ficticias fabricadas para ir llevando al mundo hacia donde ellos
quieren.
Parece increíble que en un mundo donde la
ciencia y la tecnología hacen cosas tan maravillosas como, por ejemplo,
imprimir en 3D órganos artificiales para el ser humano, no sea capaz de acabar
con la comida basura que nos está matando. Sin embargo, claro que le ciencia y
la tecnología podrían proporcionarnos productos saludables llenos de
nutrientes. El problema es que el capitalismo salvaje que vivimos no tiene el
menor escrúpulo en hacer lo que haga falta para seguir manteniéndose a flote.
Nada más.
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